Los presidentes

 

Fue la primera ocasión que vi a un presidente de la República


Si mi padre viviera se moriría de risa acusado por sus hijos de envenenador público, agente del imperialismo y vendedor de las aguas negras de tal origen.

Y es que mi padre, Alfonso Ferreyra León, fue el introductor de Coca Cola de Morelia al último pueblo de Michoacán, creo Cojumatlán, adelante de Sahuayo y a la orilla de Chapala.

Cabe aclarar que no eran aguas negras ni tenían culpa de la gordura de nadie; el azúcar no era Belial, tampoco limpiaban óxido o abrillantaban monedas. Era una bebida que se disfrutaba fría.

Como empleado de la embotelladora Michoacana mi padre asistió a la inauguración del hermosísimo edificio macizo, de cantera rosa, hoy área cultural de la Insigne Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

Miguel Alemán inauguró el edificio construido para la envasadora de aguas negras y de Juguín, un refresco de frutas de breve vida, porque sí era de frutas.

En la embotelladora vimos, por primera vez, películas de dibujitos bajo un cielo estrellado con  una especie de diamantina, iluminación indirecta y aire acondicionado.

Entre los invitados estuvo mi padre, esposa e hijos. A la mayor, Olga, el mandatario la vio, le sonrió, le acarició el pelo y platicó brevemente.

Fue la primera ocasión que vi a un presidente de la República. Me pareció un ser humano –visión de niño menor a los diez años–y me sentí orgulloso de que entre 50 mil morelianos, hubiese mi hermana recibido atención del ilustre visitante.

Mi hermana lo merecía. Semanas antes y siendo la mejor alumna de una escuela católica de paga, fue desplazada por la jovencita burra cuyo papi pagaba vacaciones y retiros de las monjas.

Hubo visita de un inspector de zona, de esos que sometían a examen a los niños para ubicar su aprendizaje y multaban a escuelas y mentores ineficientes.

A la niña preseleccionada le preguntaron sobre Benito Juárez, su tiempo y su obra. La niña recitó lo que le habían ordenado: orden en el país, honesto el gobierno, separó intereses religiosos y laicos.

Pero no contaban con la necia de mi hermana que pidió la palabra. Aterrada, la directora le ordenó abandonar el salón.

El inspector dijo no, que hable. Y habló: Benito Juárez fue un criminal que asesinó sacerdotes y violó monjas, se robó las propiedades de la Iglesia, prohibió la enseñanza de moral… en fin, el Diablo. Explicó que eso era lo que enseñaban las monjas. Hoy no existen inspectores ni hay quien se atreva a multar a una escuela confesional.

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