Que nunca nos quiten las fuentes

recuperen la paz con el simple hecho de mirar el agua correr y escuchar su relajante sonido. Es gratis
Elizabeth Palacios Publicado el
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Ayer, mi estado de ánimo no era el mejor. Tuve una semana por demás estresante, además mis hijos no han estado en casa, por lo que me sentía un poco sola. Y de plano, en una búsqueda un tanto frustrante de inspiración, salí a la calle y, sin darme cuenta, comenzó a salir agua de mis ojos. Entonces, se cruzó frente a mí una fuente. Nada ostentoso, nada espectacular, sólo una fuente más de las muchas que hay en esta hermosa Ciudad de México.

Sólo mirar el agua me relajó y me hizo relajar ese nudo que estaba sintiendo en el pecho. El sonido del agua y el movimiento de los chorros que no parecen ir a ninguna parte de esa sencillísima fuente me dio la paz que andaba buscando sin saberlo.

Fui editora de una revista de arquitectura por más de tres años y jamás me pregunté ¿Por qué hay fuentes en las ciudades? Esta es una pregunta que no se suele plantear, pero ayer me la hice. Un arquitecto te diría que la función original de las fuentes en los espacios urbanos eran la provisión de agua potable.

Pero ¿eso sigue siendo válido en el mundo moderno? Lo cierto es que en las grandes ciudades, las fuentes son elementos ornamentales, pero ¿tienen una función? Pues sí, resulta que el hecho de que el espacio público cuente con estos aparentes “ornamentos” vuelve rico el lugar, pues siempre se agradece un área de descanso donde la gente se relaje y ¿para qué?, pues para favorecer la comunicación entre las personas, lo mismo con otras personas que consigo mismas, como me pasó a mí ayer.

Así es como la arquitectura no se cansa de demostrarnos en lo cotidiano que su principal razón de ser no es meramente funcional, decorativa, habitacional o urbanística, pues en su conjunto, desde una perspectiva integral, la arquitectura cumple, sobre todo, una función social.

O ¿acaso hay un momento más feliz que cuando los niños y jóvenes se divierten mojándose en el Monumento a la Revolución? Vamos, que hasta alguien triste puede olvidar sus penas sólo con mirar a la gente jugar y reír una tarde cualquiera.

Otra que disfruto mucho es la fuente de La Diana, pues es un símbolo de la capital que adorna Paseo de la Reforma. Fue inaugurada en 1942 y sus creadores, el arquitecto Vicente Mendoza Quezada, y el escultor Juan Fernando Olaguíbel le otorgaron el nombre de La Flechadora de las estrellas del norte.

La fuente representa a Diana, la diosa romana de la caza y de la Luna, una belleza para una feminista como yo.

Otra bellísima es la Fuente de Tláloc Cárcamo de Dolores, que sí fue una obra hidráulica que distribuía el agua del Sistema Lerma a la Ciudad de México, construida por el arquitecto Ricardo Rivas en 1951.

En este lugar, Diego Rivera realizó un mural dentro del cárcamo titulado “El agua, el origen de la vida” y una fuente de Tláloc que vistosamente adorna su explanada. Actualmente, se destina sólo para mostrar la obra de Rivera, y pertenece al Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental.

Y justo hace unos días, cuando visité lo que era el viejo hotel Virreyes y que ahora es un famoso hostal y espacio de coworking, noté que esa complicada zona de tráfico también tiene un pequeño espacio de paz en la fuente del Salto del Agua, una pequeña construcción de la que brota un chorro de agua ubicada en pleno eje central. La escultura, señala el lugar donde terminaba uno de los acueductos más importantes de la CDMX en la época virreinal. La estructura original data de 1779, pero en los años 60 fue sustituida por la réplica actual hecha por el escultor Guillermo Ortiz. Es una de las más antiguas de la capital y adorna una de las vías principales de la CDMX.

Así que ya lo saben, opciones hay muchas, si un día andan medio tristes o estresados, o de plano sienten que van a tener un ataque de ansiedad, busquen la fuente más cercana y recuperen la paz con el simple hecho de mirar el agua correr y escuchar su relajante sonido. Es gratis.

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