¡Qué siga la parranda!

 

A veces no es necesario un boleto de avión para vivir una experiencia viajera


A veces no es necesario un boleto de avión para vivir una experiencia viajera. En algunas ocasiones sólo con escuchar algunas notas la mente vuela, y aunque el cuerpo no se haya subido a ningún avión, se transporta cuando la melodía lo lleva en automático a mover los pies y después la cadera.

Eso me pasó al conocer a don Carmelo Torres, quien tiene la cumbia en la sangre y lo sabe transmitir. Tiene 66 años y la energía de un muchacho caribeño. Nacido en una familia de músicos, podríamos decir que Carmelo mamó las notas desde la teta. Su padre fue gaitero, y sus tíos, acordeonistas. Fue este instrumento el que finalmente lo atrapó a él, igual que me atrapa a mí cuando lo escucho tocar.

Era muy pequeño cuando comenzó a querer tocar el acordeón, sin embargo, no fue fácil. A los ocho años tomó sus primeras lecciones, pero aquel era un instrumento muy caro. Su hermano le regaló su primer acordeón, aunque no tardó mucho en dañarse. Reponerlo le llevó varios años.

Tuvo que pasar una década para que Carmelo pudiera tener otro acordeón, obtenido ya con el fruto de su trabajo como campesino en los sembradíos de tabaco.

Era la década de los 70 y desde entonces, hace más de 40 años, don Carmelo Torres duerme con su instrumento. Nunca se separan, como un buen y duradero matrimonio.

Su visita más reciente a México fue en octubre pasado, en el marco del Festival Internacional del Cervantino, y tuve la oportunidad de platicar con él. Carmelo me contó que el acordeón es su confidente, su mejor amigo y lo único que lo consuela cuando tiene alguna pena. Don Carmelo es un viajero incansable. A sus 66 años, él y su acordeón han pisado escenarios en Francia, España, Italia, Bélgica, Inglaterra, Corea del Sur, Australia y, por supuesto, nuestro país.

La cumbia sabanera de Carmelo Torres no sólo me hizo mover los pies la noche que lo conocí en el Cine Tonalá –donde él y sus músicos ofrecieron un concierto–, su música me hizo mover el corazón y lo llevó hasta Colombia.

Don Carmelo me platicó que la cumbia sabanera es alegre pues mezcla los sonidos del campo con el ritmo caribeño de la guacharaca y el acordeón.

El canto de las aves, los sonidos del campo, todo era imitado por el acordeón y la gaita. Así nacía cada cumbia, con el campo colombiano en la esencia.

Carmelo tuvo un gran maestro, Andrés Landeros, quien le enseñó todo lo que sabe hacer con el acordeón. A su lado recorrió el país entero, llevando la cumbia sabanera con orgullo en su acordeón rojo.

Pero este enorme representante de la cumbia tradicional colombiana no anda solo por el mundo, tiene cuatro cómplices: Romy Molina, Rodrigo Salgado, José Movilla y Orlando Landeros, sí, el mismísimo hijo del legendario Andrés.

Esa noche me hubiera resultado inútil preguntarle a don Carmelo el significado de la cumbia en su vida pues, igual que su acordeón, esta música es una extensión de sí mismo. No sabe cómo contarla, porque –como bien me dijo– no se puede explicar la cumbia y sólo nos quedó gozarla. Nos dejamos trasladar mediante el oído, los pies y las caderas al campo colombiano. Nos bebimos un aguardiente mientras dejábamos simplemente avanzar la noche.