¿Quién está peor?

 

¿Estamos peor en la Ciudad de México que en Berlín?


La historia es cíclica, siempre vuelve al punto de partida.

La lucha entre brutalidad y civilización ha sido y sigue siendo la gran ocupación de todos los que nos movemos enaltecidos en la presunción de que nunca antes existió alguien más importante, más inteligente, ni más necesario que todos nosotros en la historia de la humanidad.

¿Estamos peor en la Ciudad de México que en Berlín? ¿Está peor Tamaulipas que París? ¿Estamos más indefensos de lo que puede estar hoy un taiwanés frente a la lengua de fuego de Donald Trump y de un imperio que se parece cada vez más al romano de Oriente –al Bizantino, al de Constantinopla– pero en su proceso de declive? ¿Lograremos sobrevivir?

Porque estamos terminando un año en el que consumamos el peligro y enfrentamos el miedo.

Aunque observando el mundo y viviendo en él, veo más esperanza y capacidad de reacción en nosotros los mexicanos con nuestra hambre y nuestras injusticias, que en ellos con sus tanques, sus miedos, sus monedas, sus pasaportes y el fin de sus sistemas.

Y no es que “el mal de muchos sea consuelo de tontos”, sino que hemos llegado a una situación en la que podríamos morir de hambre, pero por lo menos no moriremos del fracaso constatado de haberlo tenido todo y después no tener nada.

Me siento muy afortunado y confieso que en México siempre he percibido un espíritu entrañable que se fortalece con la certeza de que pese a todo y pese a ser la principal víctima de sus dirigentes, es muy difícil acabar con el pueblo mexicano.

Y es que, somos expertos en supervivencia, y en ese sentido el mundo necesita de nuestra humildad y de nuestra capacidad de confundirnos con el paisaje para seguir vivos. Un mundo al que le espera la era del miedo, en donde ni todos sus policías, ni todos sus drones, ni toda su tecnología pudieron evitar que un camión arrollara a un mercado navideño en el corazón de lo que un día fue el Reich de los mil años.

Eso no va a ser gratis, va a traer sangre, sudor y lágrimas. Y pronto podríamos tener ciertos factores capaces de desencadenar en la frontera una cacería del mexicano que desafortunadamente podría ponerse de moda.

Ahora nos queda mucho por hacer, reinventar la República Mexicana, terminar con la desigualdad social, distribuir la justicia y seguir siendo el país que descubrió que la clave del futuro estaba en cambiar las balas por los libros y en construirse desde la educación – imperfecta y fracasada según PISA– a pesar de los corruptos que la roban como el gran combustible de la historia futura que vendrá.

Sin duda alguna, me gusta pertenecer a un pueblo que no tiene miedo.