Se reparan cacles, calzado

 

Decenas de zapatos esperan a que sus dueños pasen a recogerlos


En la avenida los autobuses urbanos pasan veloces y cuelgan en el cielo sus penachos de humo; mientras espera un camión para iniciar la venta del día (flanes y gelatinas), usted mira su zapato, el derecho: parece bostezar. –Oiga ese, ¿dónde hay por aquí un changarro donde arreglen cascorros? –pregunta al primero que cruza frente a usted.

“Vete ahí derecho, por la Enramada la iglesia, en el mercado trabaja “El Cacles”; es bueno – responde y usted llega hasta el local indicado.

Teodosio Argueta Contla desvira unas botas vaqueras que conocieron tiempos mejores.

Desde la radiograbadora Ramón Ayala solicita: No me critiquen si amanezco/ en el rincón de una cantina,/ con mal aliento por la bebida/ y por los besos que me dio/ alguna perdida…

–Carnal, ¿sabes? A ver si aguantan alguna pegadita mis mostronianos, porque ya hacen agua –solicita usted el servicio y entrega el zapato–. Nomás aguas con la nariz, no vaya a ser aroma mortal– advierte al reparador de calzado.

Teodosio Argueta ya está curado de espanto: 21 años en el oficio no pasan en vano. Fue aprendiz con un abuelito: surtía los mandados, aprendió a dar grasa a los zapatos reparados y ahí siguió: que cepillar las tapas, desvirar suelas corridas hasta dejarlas parejitas; se familiarizó con las alicatas, el martillo apodado zancudo, la navaja, la máquina de coser y los materiales: clavos de diversas medidas, tacones, protectores, tintas, pieles, punteras…

–¿Y sacas pa’l chivo de aquí?– pregunta usted.

–Ahí la llevamos… Los materiales suben de precio, y qué puedo decir: cuando la cosa está amolada a todos nos lleva parejo… Orita el trabajo escasea –responde mientras orea el pegamento que puso al zapato de usted.

En las inmediaciones, un albañil resana la pared del mercado; tararea la canción del conjunto norteño: Adiós– adiós, me voy–me voy, no sé ni adónde,/ al fin que a nadie le hago falta en este mundo;/ habrá una cruz en el final de tu camino:/ serán mis brazos que te esperan con delirio.

Teodosio atiende a la clientela. Decenas de zapatos esperan a que sus dueños pasen a recogerlos, lo mismo zapatillas, que botas, medias botas, sandalias, tenis o chanclas. Más vale reparar que comprar. También deja como nuevas mochilas, pone cierres a las faldas de cuero, cambia color a los zapatos… Le gusta forrar tacones de mujer: llegan desnudos, sin tapas: el puro plástico.

–De todo me gusta hacer. La reparación no es difícil, hay que ser curioso, que le guste a uno el oficio.

–¿Y de a cómo te anda saliendo el día? – curiosea usted; ese lado es difícil de fiscalizar. El chalán de Teodosio nomás para oreja.

–Y qué, ¿el güerito ya te echa la mano?

–No –se adelanta a contestar el chamaco de 11 años, al que Teodosio llama “Pirrín”–, soy chalán de otro taller –añade. Pone tapas y bolea; asiste a la primaria. ¿Futuro zapatero remendón? Cambio de música: el Ídolo de Guamúchil canta con alma, vida y corazón. Usted pregunta los precios.

–Pues depende como sea uno de encajoso –sonríe Teodosio; la tupida barba le hincha el rostro; sus ojos se hacen más pequeños y rasgados–. Aquí es más bara que en otros lados, estamos en una colonia, ¿cómo decir…? Pus de recursos más bajos. Nos adaptamos a la medida del cliente, a sus necesidades, sin cargarle mucho la mano–. Usted recibe el zapato.

–Cámara, quedó como nuevecito, carnal– dice satisfecho; saca las monedas y paga–. Gracias, carnal. Ahí la vemos pa’l’otra, ése, cuando los cascorros abran el pico de nuez.

Desde que el homo sapiens aparece sobre la tierra, busca protegerse los pies; para esto se vale de cortezas de árbol, hojas trenzadas o la piel de algún animal. Pero cuando se sedentariza, a la necesidad agrega confort y la estética.

En Roma, el calzado distingue a una clase social de las otras; surgen las grandes fábricas para abastecer a los ejércitos, que requerían de calzado para sus largas travesías y combates.

En México, entre los aztecas, se da también la diferenciación social a través del calzado. Los calces o cactli (¿cacles?) eran de suela hecha con cuero o fibras vegetales; tenían talonera o una correa que pasaba entre los dedos; lo portaban sólo los nobles y de acuerdo con normas que establecían el lugar que ocupaban en la escala social. Para entrar al Palacio de Moctezuma, era necesario descalzarse.

En la Edad Media, el Renacimiento y la época de los Luises de Francia, el calzado continúa siendo elemento de distinción, aunque ya de acuerdo con las modas. Esto da origen a piezas que son verdaderas obras de arte. Aparecen distintos tipos de punta y tacón; el empleo de materiales se diversifica: seda, terciopelo, finas pieles… Los decorados alcanzan grados de sofisticación inéditos.

En nuestra era el calzado se adecúa al vertiginoso ritmo que exige calzado práctico, útil y versátil, aunque la moda y los afanes de distinción dominan las variaciones en la industria del calzado, sin perder la premisa de confort. (Más acerca de la historia del calzado, en el Museo y Centro Cultural El Borceguí, ubicado en Bolívar 27, Centro Histórico de la Ciudad de México.)