Sin agua todo se enmugra

El progreso tiene sus costos como el crecimiento de la mancha urbana
Emiliano Pérez Cruz Publicado el
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Llovió que daba miedo; el viento hizo revolotear a las gotas frente a los cristales de la ventana. Los nidos de los colibríes sufrieron el embate e hicieron huir a los chupamirtos.

El estruendo de los rayos mantuvo a raya a los perros que, temerosos, tembeleques, asomaron las narices hasta que de plano la tormenta cesó; las bugambilias adornaron el piso del patio, bloquearon las coladeras del drenaje, regurgitaron aguas negras las alcantarillas pero, con todo, proporcionó alivio a la carencia de agua en las viviendas: Lipa, apenas sintió las primeras gotas, corrió con cubetas y tinajas y las colocó en el alero de donde escurren los chorros de agua de lluvia, ¡ah!, por fin podría disponer de líquido para el lavado de los trastos, una poca para las macetas –donde los geranios y malvones se marchitaban– y el resto para desahogar la taza del baño, que con el mero uso matutino desquiciaba al más centrado.

Como Lipa, todas las vecinas se dieron a la cosecha de agua de lluvia.

Los alerones de tejabanes y techumbres fueron copados con recipientes de todo tipo. En Ciudad Neza, el ayuntamiento presume de que el abasto de agua potable está garantizado, que el gobierno local vela por el bienestar de la ciudadanía. Ahora, sin embargo, la gente consulta los reportes del Servicio Meteorológico Nacional, fuente oficial del Gobierno de México, que emitió el siguiente aviso para la Ciudad de México: lluvia, de fuerte a muy fuerte, de 25 a 75 mm. Conclusión: todos listos para cuando la lluvia inicie. Es una bendición, aminora los efectos que la falta de mantenimiento de la red de agua potable hace padecer a los colonos.

–Han hecho de la necesidad un negocio –se queja Lipa–. Dicen que están dando mantenimiento y que cortarán el abasto unas horas, que se vuelven días, semanas, y el Organismo de Agua Potable recibe reportes y más reportes para que con sus pipas surta, y dice no darse abasto, y ¡oh!, como una bendición aparecen las pipas de particulares y van y vienen por el barrio llenando cisternas a un costo que mengua el ingreso familiar: 900 pesos para cinco familias, cuando menos tres veces por semana…

Se pasa el ayuntamiento…

Como los demás inquilinos, Lipa colabora. Le toca aportar 100 pesos cuando se organiza la cooperacha para pagarle al pipero. Tres veces a la semana. Ella vive sola en Ayotla, pero se hospeda con su hijo cuando la escasez arrecia. La familia de “La Infeliz” tiene cinco miembros. La del “Lobezno”, cuatro. Dos el viudo y su vástago, y una es “La Leída”, del último piso.

Pese a la diferencia de integrantes, la asamblea de vecinos decidió cooperacha igual por vivienda.

Lipa está en desventaja: lava su ropa, usa la regadera para una persona, lava trastos y utiliza agua para mantener limpio su piso una vez a la quincena. La asamblea se impuso mañosamente para que su cuota sea idéntica a la de los demás. Y alégales. Distorsiones de la democracia.

–Deje lo injusto del reparto de la cooperación –aclara Lipa–. Con que no faltara el agua. Pero los días pasan y el mugrero se acumula. Lo peor es el wáter. Por más que se quiera, no se puede ignorar la jiedentina. Y lo que ocasiona: moscas verdosas, tornasoladas, vuelan por toda la vivienda. Y se paran sobre los trastes, los alimentos. ¡Qué asco! A nadie se le desea que viva en esas condiciones. De pilón, engordándole el caldo a las autoridades, que se las dan de muy cumplidoras con nosotros, los gobernados.

La cosecha de agua no se da con tersura. A quien madruga, dios lo ayuda. Los empujones para colocar los recipientes son acres. Inclementes. Pueden degenerar en mujeres trenzadas en feroz pleito para que sus tinas y ollas tengan sitio donde escurre el agua de lluvia. Si alguien considera que es agandalle quitar un trasto lleno, poner otro y correr a depositar el líquido en un envase mayor y retornar a la cosecha, ¡aguas!, el acaparamiento puede generar situaciones hostiles: respete el orden, vecina, y todos tranquilos.

El progreso tiene sus costos: el crecimiento de la mancha urbana, el tendido de pavimento y banquetas impiden la filtración del agua de lluvias y propician el empobrecimiento de los mantos acuíferos. Además, las redes de drenaje padecen saturación y esto eleva el riesgo de inundaciones. Los especialistas calculan que 30 metros cuadrados de techo permiten la captación de hasta 30 mil litros de agua al año, que se pueden utilizar en el lavado de ropa, autos, mantenimiento de jardines, limpieza en general.

La asociación civil Isla Urbana, de la Ciudad de México, impulsa la cosecha de agua como una solución que atenúa la carencia del líquido y el deterioro del tejido social que conlleva. Con tinaco, cisterna y bomba hidráulica como equipo básico es posible captar y almacenar el líquido cuyo destino inmediato es el drenaje.

Se calcula que en la Ciudad de México y la zona metropolitana se cuenta con los elementos mencionados. También es frecuente la presencia de techumbres y tejabanes; mínimas adecuaciones a los techos de concreto permiten captar agua de reserva para el estiaje.

–La necesidad obliga –dice Lipa–. Cuando se viene la temporada de aguas mando a los chamacos a la azotea: que la barran bien, que quiten cacas de pájaros y gatos, hojas de árboles y la tierra que depositan las tolvaneras. Cuando ya tengo el agua en el depósito, le echo unos cuantos nopales picados que precipitan lama y espumas que llegan a formarse en el tinaco. Peor es no tener ni una gota y con la taza del wáter hasta el tope, imagínese.

La Organización de las Naciones Unidas considera que más de 70 por ciento del planeta contiene agua, pero sólo uno por ciento puede utilizarse de inmediato. Gran parte del líquido yace en el subsuelo y en los glaciares. Llevarla hasta el usuario es cada vez más costoso. En las urbes aumenta la escasez. Abruma pensar que una persona requiere de 20 a 50 litros de agua potable para uso cotidiano diario.

–Somos muy desconsiderados con el uso del agua –remata Lipa, quien transitó del DF a Neza hasta establecerse en definitiva en Ayotla–. Aquí abundaba, había una fábrica textil. Ahora los arroyos son canales de aguas negras, drenajes poblados con ratas enormes. Ahora aquí me tiene, poniendo mis trastes para captar una poca de agua, porque nomás no cae de la llave.

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