Tarde lluviosa con fauna hogareña

 

Los gatúbelos también asuelan jaulas y gallineros


Es media mañana. Nublada. Cae una tenue llovizna. Un perro solitario rasguña la puerta de su casa. Nadie acude a abrirle. Rasca y rasca, intenta no mojarse.

Te consideras afortunado: buena parte de esta temporada de lluvias tienes que pasarla en cama, y no precisamente en lides amorosas. Los recientes aguaceros te agarraron desprevenido: salir del metro empapado en sudor, secarte en la pecerda y al llegar a tu destino descender para nuevamente enfrentar el aguacero, no es cosa sana. La gripe te tumbó.

Te gustaría que las condiciones fuesen otras como para decir que el día está tequilero, amerita cobija de tripa, ¡cómo se antoja tirar la güeva! y desde la ventana, ponerse melancólico, lacio o sonso.

Pasar la mirada una y otra vez por la calle solitaria. Y engañarte diciendo que nada se mueve, que la gente tiene miedo de mojarse

—Cuando me dicen que en las ciudades no existe fauna, siempre me dan ganas de poner cara de: “ahhh, ¿les cae?” “Lo que es el ocio”, piensas, “en lugar de estar rascándome los talayotes, aprovechando que estoy solo, me da por pensar que, la neta, ¿estoy solo?” Autorrespuesta: no-no-no… El Roñas se rasca el lomo y manda las pulgas a volar. Y desde la madrugada contemplabas la araña que se columpiaba en la pantalla del amarillento foco de 60 watts, atestado de cagarrutas de mosca: alimento de la tejedora araña, junto con mosquitos y zancudos. Teje y teje la trampa, se columpia y luego se zampa a los insectos voladores. “Se columpiaba”, porque de un almohadazo la despanzurraste en el cielo raso. ¿Qué tanta vida te rodea y no te percatabas de ello antes de este ocio forzado?

Échale cuentas: cuando la aurora inicia, a los árboles cercanos arriban parvadas de gorriones y verdines, de vez en cuando loritos australianos e incluso cardenales, para comer los desperdicios de alpiste y avena que el par de canarios de tu amá deja caer. Ahí se pasan buen rato, en la zotehuela donde la ropa amenaza con nunca secarse. Aunque arrimaste el ventilador.

Les hacen la competencia las hormiguitas negras y anaranjadas: cualquier morona de pan, grano de azúcar o sal –por mencionar algo de lo que acarrean– lo atrapan con sus tenazas y ahí van: rumbo al invisible hormiguero que la ñora de la casa ansía encontrar para ponerle en la suya a toda su población; los mismos sentimientos alberga para con las cucarachas que parecen cotorrearla cuando llega en la noche, enciende la luz y ahí están: mirándola fijamente y meneando sus antenitas para luego pegar la carrera justo al tiempo que el trapo o el matamoscas se estampa donde ellas… estuvieron.

Por las noches, ¿quién del barrio puede negar la existencia de felinos?

–Cuando la luna se pone regrandota, como una pelotota…

Tristes gatos viudos o jovenazos arrechos, dispuestísimos a ponerle con las micifucitas que gusten y manden, perfilan sus siluetas en bardas y azoteas. En no pocas ocasiones son el terror de las cocinas entreabiertas: son hábiles para eso de meter la zarpa en la olla y arrear con los trozos de retazo de res cocido o pollo con verduras; luego, vuelven al techo y maúllan y maúllan pidiendo hembra.

Los gatúbelos también asuelan jaulas y gallineros y menguan la población de polluelos recién salidos del cascarón. Las torcacitas que anidan en los árboles también padecen a los depredadores. Eso, a falta de ratones de orejitas simpáticas, traslúcidas, diezmados por los raticidas.

Pero a ver, te preguntas, ¿por qué los mininos no le paran el alto a las ratas de albañal? Esas mismas, de cola pelada y sarnosa, que se cuelan a las habitaciones por las cañerías de baños y cocinas, dando pie a espeluznantes textos de nota roja: “Bebita devorada por las ratas mientras su progenitora dábale vuelo a la hilacha”; “Sustazo a jefe de familia al sentir los bigotes de una rata en salva sea la parte”…

Menos horror y asco causan las lagartijas: en ocasiones se cuelan por las rendijas y adheridas a las cortinas disfrutan los primeros rayos del Sol. Hacen sus ejercicios matutinos, cuidando la temperatura de su cuerpo de sangre fría, no se vayan a pasar de tueste. Pero si tienen la desgracia de caer en piso liso, son fácil presa de quienes, armados con escobas, las destripan nomás porque sí o por su aspecto antidiluviano… –Y con tanto animalejo en casa todavía me da por pensar: “La neta, ¿estoy solo?”.

Casi, si ignoramos las cochinillas, chinches, pulgas, corucos de los canarios y pollos, garrapatas de los cerditos, tijerillas, pinacates y cochinillas de la humedad.

(La fauna urbana y el ocio que brinda la convalecencia, bah.)