Vivir sin plástico

 

Un popote tiene una vida útil de algunos minutos pero tarda años en degradarse


El bello mes de agosto siempre me ha marcado por sus intensas lluvias vespertinas. Y es que yo nací en este mes, el 23 para ser exactos. Fui una niña que a temprana edad decidió dejar de tener fiestas infantiles, pues estaba harta de que siempre lloviera. No podía aspirar a una fiesta en algún jardín porque siempre llovía, aunque no puedo quejarme, el año pasado festejé con muchos amigos en un picnic en pleno bosque de Chapultepec y la naturaleza fue tan bella conmigo que no llovió.

Cada vez que llueve esta ciudad se nos vuelve un caos. En serio, bastan 10 minutos para que las calles se inunden, el tráfico se vuelva una pesadilla y se hagan encharcamientos tan grandes que cualquier esquina puede ser digno escenario de aquel chapuzón que un camión le dio a Bridget Jones cuando iba a proponerle matrimonio a Mark Darcy.

Pero ¿sabemos que ese caos empieza en nuestras propias casas y cocinas? Pues sí, resulta que muchas veces la lluvia se junta de tal manera en las calles porque tenemos un enemigo que bien que sabemos que existe, pero nos negamos a reconocer que somos adictos a él: la basura. Y la peor, quizás, es el plástico. Por ejemplo, un popote tiene una vida útil (si es que ese calificativo aplica) de algunos minutos pero tarda años en degradarse. Las bolsas de plástico que nos dan en el supermercado o incluso esas que nos ponen hasta por partida doble o triple cuando vamos a comprar lo que sea en cualquier establecimiento.

¿Se han dado cuenta de que en México darte “doble bolsa” es como sinónimo de buena atención al cliente? Hace mucho que yo comencé a decir “sin bolsa por favor”, lo mismo con los popotes. Sin embargo a veces parece que la vida te pone difícil la labor de reducir el consumo de plástico.

Por ejemplo, la semana pasada mis compañeros de trabajo y yo usamos una aplicación desarrollada por Greenpeace para medir nuestro consumo personal de plástico y, aunque mi número no fue el más alto, lo cierto es que aún me provoca vergüenza.

El experimento me reveló que uso más de 400 objetos de plástico y particularmente tres categorías son las culpables: envases de cremas, shampoo, limpiadores y jabones por un lado; cotonetes para limpiar mis pequeñas orejitas y algunos empaques y envoltorios que nos dan ya en la comida que compramos a diario.

No pude evitar sentir vergüenza y angustia por saber que mi consumo sigue siendo alto, a pesar de que ya he hecho cambios significativos en mi estilo de vida. Por ello, decidimos publicar en un video nuestra experiencia y gracias a eso, varios amigos y conocidos comenzaron a tomar conciencia y también a compartir consejos que ellos ya implementan para bajarle al uso de este material tan dañino para el ambiente, pero lamentablemente tan práctico y común en nuestras vidas.

Mi amiga Fernanda, por ejemplo, me dijo que en una tienda muy trendy de origen japonés ella había encontrado cotonetes con palito de bambú. Fui a buscarlos pero no los hallé, aunque en su lugar pude adquirir unos con palito de papel que resultaron excelente alternativa porque confieso que sí me gusta limpiar mis orejitas después de cada ducha.

Otra amiga emprendedora nos regaló unas telas para envolver nuestros alimentos que comenzaremos a probar esta semana, y otros amigos nos compartieron incluso un directorio de pequeños comercios que ya han erradicado el plástico de sus productos.

Esta ciudad puede ser muy hermosa, si nos ocupamos de producir menos basura con lo que evitaremos esas molestas inundaciones y además, evitaremos que millones de toneladas de plástico terminen en ríos y mares. Y tú, ¿te animas a vivir sin plástico?