Y de golpe, la realidad

 

Desafortunadamente para el poder la credibilidad dura muy poco


A una gran parte de los presidentes del mundo –no sólo a Enrique Peña Nieto– les pasa lo mismo cuando comienzan la recta final de su mandato, y es que su pueblo los deja de aclamar, los deja de seguir e incluso deja de creer en ellos.

El poder cansa, el poder consume, el poder aburre.

Y recientemente nuestro Presidente decidió acercarse a aquellos que desde el principio de su carrera política le han representado un problema, es decir, los jóvenes. Lo hizo en un encuentro con universitarios en Coahuila, desafiándolos a que lo cuestionaran en español y en inglés.

Sin embargo, el resultado de ese ejercicio ya era previsible, y Peña Nieto sólo terminó en graves aprietos.

Desafortunadamente para el poder la credibilidad dura muy poco, es como la ilusión, ya que los hechos siempre chocan de inmediato con la realidad. Y a partir de ahí da igual si como gobernante quieres esforzarte, sonreír o dar la mano, porque simplemente es muy tarde y la gente ya no te escucha.

Eso es un problema muy común entre los presidentes, salvo aquel rara avis llamado Barack Obama, que fue muy impopular en gran parte de su mandato, pero en sus dos últimos años ha tenido los mejores niveles de aceptación.

Ahora Peña Nieto tiene, por una parte, la cabeza puesta en recuperar la sonrisa de su pueblo y, por otra, en que no le pase lo único que significaría una herida mortal, no sólo para su sexenio, sino para su partido, sus ideologías y su vida, que sería el hecho de perder el Estado de México.

Porque si avanza el acuerdo de la izquierda y la derecha, y surge una candidata o candidato con un mínimo de credibilidad para articular una alternativa de oposición al PRI en el Estado de México, es muy posible que obtenga la victoria en las elecciones.

Por eso es muy importante saber que los experimentos de laboratorio, por ejemplo, la teoría de que Luis Videgaray permanece en silencio semiclandestino preparando la recuperación desde la batalla del Estado de México, puede ser la mejor garantía de que pierdan esa entidad en toda su extensión.

En este momento las señales son claras, y hay que dejar que las fuerzas del partido y los mexiquenses elijan al mejor candidato posible y se dediquen a ello al cien por ciento.

En ese sentido, si ellos quieren salvar la Presidencia deben olvidarse del Presidente.

Y si quieren seguir teniendo el poder en el estado más grande, más rico y más importante de la República –el Estado de México– deben olvidarse de los experimentos teóricos que hasta aquí tuvieron su oportunidad, porque así como le sucedió a antiguos dirigentes priistas, simplemente la perdieron.