Aguas del mar de Galilea

 

Es verdad que Jesús caminó sobre las aguas del mar (Cfr. Mc 6,48). El poeta Aurelio Clemente Prudencio, en su Himno Contra Symmachum, de finales del siglo IV, narró uno de los tantos encuentros de Jesús con sus apóstoles en este mar: “Simón, a quien llaman Pedro, el primero de los discípulos del Señor, en […]


Es verdad que Jesús caminó sobre las aguas del mar (Cfr. Mc 6,48). El poeta Aurelio Clemente Prudencio, en su Himno Contra Symmachum, de finales del siglo IV, narró uno de los tantos encuentros de Jesús con sus apóstoles en este mar: “Simón, a quien llaman Pedro, el primero de los discípulos del Señor, en cierta ocasión sacó su curva nave al caer la tarde, cuando comienza a brillar el purpurino lucero, llenando de viento las velas y deseando cruzar el lago. Mueve en la noche el viento de forma que revuelve las aguas y azota violentamente la navecilla. El clamor de los marinos llegaba a las estrellas y se mezclaban los suspiros con el chirriar de las maromas. Los náufragos a punto de desaparecer, no tenían esperanza alguna, cuando la tripulación, pálida por el peligro, ve a Cristo a lo lejos, andando sobre la superficie de las aguas como si paseara por el seco litoral en un camino de tierra firme”, y en su Peristephanon o Libro de las coronas de los mártires, medita el suceso: “¡Oh! ¡Poder omnipotente de Dios! ¡Oh! ¡Virtud creadora de todas las cosas! que había allanado como un camino el hinchado mar cuando Cristo anduvo por él, de forma que, pisando los lomos de las aguas, se deslizó con paso enjuto, sin mojar sus plantas el Viajero con las ondas del ancho mar”.

 

Los antiguos hebreos solían identificar como Mar a cualquier conjunto grande de aguas, aunque no fuese salado ni tuviese mareas; es el caso del Mar de Galilea, que también recibe los nombres de Lago de Genesarét y Lago de Tiberiades.

 

Enclavado en el noreste de Israel, al norte del Valle del Jordán y a orillas de la ciudad de Tiberiades, se alimenta del río Jordán, manantiales subterráneos y lluvias, y se formó a consecuencia de movimientos tectónicos en el valle sobre el que se asienta como resultante de la separación entre la placa Arábiga y la placa Africana. Su superficie es de 165 kilómetros cuadrados, mide 21 kilómetros de longitud, 12 de ancho, 56 de perímetro, y alcanza una profundidad promedio de 26 metros y una máxima de 48. A lo largo de sus costas se localizan las ciudades de Cafarnaúm, Ein Gev y Tiberíades.

 

Las aguas de este mar han sido proveedoras de peces por siglos, como ocurrió en la Pesca milagrosa, cuando Pedro y sus compañeros “pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse” (Lc 5,6). Pescaron sardinas, barbos y mojarras Tilapiini, que llegan a medir hasta medio metro, y a las que hoy se les llama con agradecida memoria El Pescado de San Pedro.

 

El mar de Galilea ha sido navegado desde siglos por peregrinos que gustan de atravesarlo en barcas, y suelen detenerse a medio trayecto en busca de un encuentro con el Señor, mediante la alabanza y la oración, para pedirle que traiga paz a sus vidas. La religiosidad ha considerado como reliquia a estas aguas por las que navegó Jesús y a las que exorcizó cuando “increpó al viento y dijo al mar: -¡Calla, enmudece!” (Mc 4,39). De inmediato, “el viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: -¿Por qué están con tanto miedo? ¿Cómo no tienen fe?” (Mc 4,39-40) y luego ellos, sorprendidos por su poder sobre la creación, se preguntaron: “Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Mc 4,41).