Dormición de la Virgen María

“Dormición de la Virgen María”
 

El santo icono de la Dormición de la Virgen María es un signo poderoso de la resurrección de cada uno de sus hijos que la amamos, y es también una muestra visible de que la muerte no tendrá nada de terrible para quienes hayamos vivido cumpliendo la Voluntad de Dios.


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Por: Roberto O’Farrill Corona

Los términos “Tránsito” y “Dormición” de la Virgen son expresiones paralelamente empleadas tanto en la Iglesia Católica Romana como en la Iglesia Ortodoxa para referirse, no tanto a su inmortalidad, sino a su incorruptibilidad en el sepulcro, pues su santidad, perfecta ya desde el primer instante de su existencia, reclamaba para la Madre de Dios la plena glorificación de su alma y de su cuerpo, como explica san Juan Damasceno (676-749), Padre de la Iglesia: “El Rey viene al encuentro de su propia Madre, acogiendo entre las manos divinas y temerosas el alma de María pura e inmaculada. Con estas palabras, ella debió dirigirse a él entonces: -Hijo mío, en tus manos confío mi espíritu. Recibe mi alma amada por ti, que preservaste inmaculada. A ti, no a la tierra, entrego mi cuerpo; guárdalo incólume, porque te complaciste en hacer de él tu morada y naciendo lo conservaste virgen. Llévame a ti, para que donde tú estés, fruto de mis entrañas, pueda yo morar contigo”, y en su sermón Dormitione Deiparae o Dormición de la Paridora de Dios, refiere que “al tiempo de su glorioso tránsito todos los santos apóstoles que andaban por el mundo trabajando para la salvación de las almas, se reunieron al punto, llevados milagrosamente a Jerusalén. Estando pues, allí, gozaron de una visión angélica, oyeron un celestial concierto, y de este modo vieron entregada en manos de Dios su ánima santa, henchida de soberana gloria”.

La idea de que la Virgen subió a los cielos sin morir procede del siglo IV, aunque la sentencia más firme, avalada por católicos y ortodoxos, como san Agustín, san Juan Damasceno, san Andrés de Creta y san Juan de Tesalónica, entre muchos, es que la verdadera doctrina, que debe tenerse como ciertísima, es que la Virgen María murió verdaderamente, y que la palabra “dormición”, que usa principalmente la Iglesia Ortodoxa, es referencia de su muerte. Por su parte, santos de la Iglesia Católica Romana, como san Jerónimo, san Alberto Magno, Dionisio el Cartujano y santo Tomás de Villanueva coinciden en afirmar que, aunque la Virgen no murió por martirio ni por muerte violenta, ni de enfermedad o vejez, sino por el ardoroso amor de Dios y por su deseo vehemente de contemplarlo, tampoco estuvo sujeta a la corrupción del sepulcro, pues “no es justo que sufra corrupción aquel cuerpo que no estuvo sujeto a ninguna concupiscencia”.

Este último suceso de la Virgen Madre de Dios, en los momentos de dejar nuestro mundo, ha sido plasmado desde siglos en variados iconos bizantinos que lo muestran con extraordinaria precisión al presentarla yacente sobre un lecho ricamente decorado. Ella luce hierática y revestida por un gran maphorion color bermellón, con sus manos una sobre la otra y ambas reposadas en el pecho a la altura de su corazón. Sus ojos, ya cerrados, son muestra de que ella no sufre la muerte, sino que muere voluntariamente, como también su Hijo murió. De una vela, cercana a ella, la llama se va extinguiendo lentamente.

En torno al lecho, los apóstoles acompañan a la Madre de su Señor en este tránsito. Sus rostros expresan una tristeza inefable, pues ya no estará con ellos quien es también la madre de ellos. El apóstol Pedro inciensa el entorno y el apóstol Juan, quien vivió con ella a la tarde de su vida, inclinándose hacia su cuerpo le lanza un beso a manera de gratitud y de despedida. 

Antes de que el Señor ascendiese a los cielos, María le pidió que la llevara con Él, pero le respondió que era necesario que se quedara con ellos todavía un tiempo más, pues la necesitaban. Ahora, la escena se ilumina con la presencia de Jesucristo, quien ha venido del Cielo a resucitar a su Madre y a recibir su alma inmaculada. Rodeado por sus ángeles y revestido por una luz radiante, el rostro de Cristo no expresa tristeza, sino poder y determinación, pues Él es la Resurrección, Él es la vida, y por ello en sus manos abraza lo que parece ser un bebé envuelto en lienzos, pero que en realidad es el alma de su Madre. Jesús recibe su alma y la acerca a su sagrado Corazón. Los ángeles formarán, en seguida, una procesión de gloria que acompañará al Rey y a la Reina del Cielo.

El santo icono de la Dormición de la Virgen María es un signo poderoso de la resurrección de cada uno de sus hijos que la amamos, y es también una muestra visible de que la muerte no tendrá nada de terrible para quienes hayamos vivido cumpliendo la Voluntad de Dios.