El primer mártir

El primer mártir
El primer mártir 

El lugar del martirio de san Esteban se ubica tradicionalmente en las afueras de la Puerta de Damasco, de Jerusalén, un sitio en el recordamos que este gallardo diácono nos mostró, entregando su temprana vida, que vale la pena entregar la vida por Cristo.


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Por Roberto O’Farrill Corona

“El primer mártir”

Al día siguiente de la Navidad se celebra a san Esteban, el primer diácono y primer mártir de la Iglesia que hizo realidad las Palabras del Señor al perdonar a sus verdugos: “Amen a sus enemigos y rueguen por los que los persigan, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5,44-45).

San Esteban es también el primer cristiano en quien se cumplió la recompensa prometida por Jesús: Bienaventurados serán cuando los injurien, y los persigan y digan con mentira toda clase de mal contra ustedes por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes” (Mt 5,11-12).

El joven y valiente Esteban, llegado a Jerusalén con comunidades de judíos helenizados procedentes de Alejandría, al escuchar la predicación de los apóstoles creyó en Jesús, se hizo cristiano, y ganó tanto prestigio, que fue nombrado el primero de los siete diáconos: “Por aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana. Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: «No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios por servir a las mesas. Por tanto, hermanos, busquen de entre ustedes a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, y los pondremos al frente de este cargo; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra.» Pareció bien la propuesta a toda la asamblea y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía; los presentaron a los apóstoles y, habiendo hecho oración, les impusieron las manos. La Palabra de Dios iba creciendo; en Jerusalén se multiplicó considerablemente el número de los discípulos, y multitud de sacerdotes iban aceptando la fe. Esteban, lleno de gracia y de poder, realizaba entre el pueblo grandes prodigios y señales” (Hch 6,1-8).

Fue hacia el año 35 cuando algunos de los judíos helenizados rechazaron a Esteban por haberse convertido a Cristo: “Se levantaron unos de la sinagoga llamada de los Libertos, cirenenses y alejandrinos, y otros de Cilicia y Asia, y se pusieron a disputar con Esteban; pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba. Entonces sobornaron a unos hombres para que dijeran: «Nosotros hemos oído a éste pronunciar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios.» De esta forma amotinaron al pueblo, a los ancianos y escribas; vinieron de improviso, le prendieron y le condujeron al Sanedrín. Presentaron entonces testigos falsos que declararon: «Este hombre no para de hablar en contra del Lugar Santo y de la Ley; pues le hemos oído decir que Jesús, ese Nazoreo, destruiría este Lugar y cambiaría las costumbres que Moisés nos ha transmitido.» Fijando en él la mirada todos los que estaban sentados en el Sanedrín, vieron su rostro como el rostro de un ángel” (Hch 6,9-15).

El angelical rostro de Esteban resplandecía por la gracia de Dios que le inhabitaba y por las palabras vigorosas con las que expresaba su fe: “¿A qué profeta no persiguieron sus padres? Ellos mataron a los que anunciaban de antemano la venida del Justo, de aquel a quien ustedes ahora han traicionado y asesinado; ustedes que recibieron la Ley por mediación de ángeles y no la han guardado.» Al oír esto, sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él. Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios; y dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios.» Entonces, gritando fuertemente, se taparon sus oídos y se precipitaron todos a una sobre él; le echaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearle. Los testigos pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo. Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y diciendo esto, se durmió” (Hch 7,52-60).

El lugar del martirio de san Esteban se ubica tradicionalmente en las afueras de la Puerta de Damasco, de Jerusalén, un sitio en el recordamos que este gallardo diácono nos mostró, entregando su temprana vida, que vale la pena entregar la vida por Cristo.

RGH