“Los evangelios apócrifos”

Estos textos, referentes a la vida de Jesús, no forman parte de los 27 libros que integran el Nuevo Testamento a decisión de la Iglesia luego del proceso de discernimiento iniciado desde el siglo II, que concluyó con el Concilio de Trento de 1546.
Roberto O’Farril Publicado el
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Los evangelios apócrifos son escritos que comenzaron a circular en ambientes judíos y entre comunidades cristianas desde mediados del siglo II, como una manifestación de diversas tradiciones y devociones populares. Estos textos, referentes a la vida de Jesús, no forman parte de los 27 libros que integran el Nuevo Testamento a decisión de la Iglesia luego del proceso de discernimiento iniciado desde el siglo II, que concluyó con el Concilio de Trento de 1546.

La razón por la que estos textos no fueron aceptados como Palabra de Dios obedeció a su poca fiabilidad, pues al momento en el que fueron escritos ya no vivían los apóstoles, ni los discípulos de los apóstoles, ni los integrantes de las primeras comunidades cristianas.

Los evangelios apócrifos se utilizaron para la evangelización hasta el siglo XVII, y muchos de los datos que hoy se conocen, como los nombres de los Reyes Magos, o la edad de san José, proceden de ellos; y aunque no constituyen fuentes escriturísticas de primera mano, son de utilidad para confirmar algunos datos recogidos por los cuatro evangelistas. Uno de sus valores consiste en reflejar la mentalidad del ambiente en el que se originaron, y sobre todo el deseo de llenar los vacíos dejados por la sobria descripción de los evangelios canónicos. Por ejemplo, el “evangelio de Pedro”, que ofrece, aunque con detalles extraños, una descripción del momento preciso de la Resurrección de Cristo. El relato refleja la necesidad que tenía la gente, en particular los cristianos ligados a la figura de Pedro, de imaginar el momento que había cambiado para siempre sus vidas y que constituía el centro de su fe.

Al leerlos, con facilidad se puede apreciar que en estos relatos se encuentra mucho de fantasía, debido al deseo, muy comprensible, de enaltecer la figura de Jesús, desde que era niño, divinizándola más allá de la humildad humana que caracteriza la personalidad del Señor. Los teólogos esrcituristas han clasificado a los evangelios apócrifos en cuatro grupos, en atención a su contenido: evangelios de la infancia, evangelios de los Dichos, evangelios de la Pasión y los Diálogos del Resucitado.

Hasta ahora, se tiene conocimiento de una cincuentena de textos de evangelios apócrifos, la mayoría conocidos desde la antigüedad, y algunos otros que se han descubierto recientemente, como los Papiros de Oxirrinco, procedentes de una excavación arquelógica efectuada por  ingleses en 1897, en El-Bahnasa, Egipto, y los descubiertos en el pueblo egipcio Nag Hammadi en diciembre de 1945, región en la que hubo una gran actividad monacal a finales del siglo III y durante todo el siglo IV, pues fue allí donde se asentaron los Padres del Desierto. Por tanto, es posible que se trate de escritos elaborados por uno o por varios monjes de alguno de los monasterios fundados por san Pacomio, cercanos al lugar del descubrimiento de los códices.

Aunque el significado de la palabra Apócrifo significa Oculto, los evangelios apócrifos han sido pubicados en su totalidad, se han estudiado a fondo, no tienen nada que ocultar y su lectura es fascinante, pues lleva a nuestro espíritu a entrar en contacto con los fascinantes misterios de nuestra Fe.

 

 

Por: Roberto O’Farrill Corona

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