Se puso a servir

Se puso a servir
 

Aunque la curación de la suegra de Simón pudiese parecer un milagro sencillo, el relato posee una gran fuerza: Una mujer que ha dejado de funcionar y que está para morir, por la acción de Jesús se levanta y vuelve a funcionar al ponerse a servir.


Ver y Creer |

Por Roberto O’Farrill Corona

El tercer encuentro de Jesús con el hombre, al inicio de su predicación, ocurrió en el ámbito familiar, en la casa de Simón-Pedro, como refiere el Evangelio: “Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles” (Mc 1,29-31).

Jesús, que había sido invitado a comer a la casa de Pedro, al salir de la sinagoga se dirigió al encuentro, pero entre el día de la invitación y el día de la cita ocurrió un suceso que vino a impedir el encuentro, pues la casa era impura y ellos tuvieron que hacérselo saber para que se alejara del lugar, pero él se acercó.

En la casa de Simón el ambiente era desolado y sombrío; el aire, denso, se respiraba con dificultad. Una mujer vieja, de rostro pálido y enjuto, sudorosa esperaba el arribo de la muerte, escoltada por demonios, que la arrancaría del mundo de los vivos. No deliraba, sabía que en breve partiría hacia ese, su oscuro destino; los minutos caían pesadamente uno tras otro hasta que, de pronto, el aire de la habitación se tornó fresco y agradable, vivificante. La puerta se abrió y la casa se inundó de un aroma a nardo fresco. Tras la puerta, la luz se hizo del lugar, y entró Jesús.

La mujer abrió los ojos y vio una sonrisa, una sonrisa resplandeciente como estrella; luego vio a Jesús acercarse hacia ella para posar su mano suave sobre su frente enferma. Ella aspiró una fragancia que la invadió de alegría, y se desvaneció toda la tristeza que moraba en su alma, cesó el dolor, se llenó de esperanza. No escuchó nada, pero sintió en su mano la mano de Jesús; fue en ese instante que la fiebre desapareció. Sintió un apretón en su mano, luego un tirón que se extendió por su brazo tensándolo suavemente. Ella fue quedando separada de su lecho de postración mientras él la levantaba hasta ponerla en pie, hasta dejarla erguida, revitalizada. Luego, ella levantó su cabeza mientras alzaba sus ojos para encontrarse con la mirada de Jesús.

Jesús la levantó, y en ese levantarla la reconstruyó devolviéndola a la vida. Ese verbo, levantar, que en griego es egeirein, y que significa Levantarse después de un sueño o Despertarse de entre los muertos expresa con precisión lo que hizo Jesús al arrancar a la suegra de Simón de la situación de muerte en la que se encontraba para restituirla incorporándola nuevamente a la vida. Jesús la liberó de todo aquello que irremediablemente la haría morir, y la fiebre la dejó.

En la curación de la suegra de Simón encontramos un segundo milagro obrado por Jesús; es el milagro de servir, pues la misión de toda persona y la vocación de todo bautizado es, precisamente, servir, porque el servicio a los demás es nuestra razón de ser.

Aunque la curación de la suegra de Simón pudiese parecer un milagro sencillo, el relato posee una gran fuerza: Una mujer que ha dejado de funcionar y que está para morir, por la acción de Jesús se levanta y vuelve a funcionar al ponerse a servir. Tras la acción de Cristo en nuestras vidas se activa nuestra capacidad de servir. El Señor nos levanta de inmovilismos acomodaticios en los que nos hemos instalado acumulando pretextos para no servir a nadie. Si todos nos sirviésemos entre todos, unos a otros, nuestro mundo ya sería cristiano.

Pero prevalece la idea de que la habilidad y destreza, la inteligencia y astucia consisten en saber valerse de los demás para alcanzar los propios fines, aunque para ello se tenga que atropellarlos. Es un error, porque la plenitud no se alcanza sirviéndose de los otros, sino sirviendo a los otros; esta es la enseñanza de Jesús, quien llegará a un momento determinante de esto cuando diga de sí mismo: “que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Cfr Mc 10,45). Esa es la mayor expresión de amor, que en reciprocidad hemos de practicar. Para ello, habremos de confiarnos a la mano de Jesús y permitirle que nos levante para luego entregarnos a buscar ocasiones de servicio con la certeza de que él nos acercará a aquellas personas necesitadas de fuerza, apoyo y compañía; a quienes necesitan sentirse seguras y amadas. Será gratificante comprobar con cuánta alegría y emoción podremos servir.