Cuidado con los guaguás

 

Mientras pone un pocillo con agua sobre la parrilla, se entera que intentaron llevarse a sus mascotas


Que el tema de la inseguridad en México es preocupante, lo saben hasta los perros. “El tema de la seguridad es un tema serio, muy delicado, donde hemos visto niveles de violencia inadmisibles, que además no son propios de México. Es necesaria la coordinación de las instituciones con las que cuenta el Estado mexicano para poder resolver este problema”, afirmó Alfonso Navarrete Prida, titular de la Secretaría de Gobernación.

Que ni le cuente a doña Clelia el secretario: el fin de semana tomaba su cafecito muy quitada de la pena cuando escuchó que tocaban a su puerta como si quisieran tirarla. Oteó por la cortina y vio que era su hija, quien llevaba a Brandy en brazos.

–Ay, mamá: vengo bien espantada, dame un té de ajenjo porque me pegaron un buen susto; vengo de la Alameda Oriente, fuimos Lulis y yo, ella con Brandy y yo con Layla: pobrecitos, ellos ni cuenta se dieron del peligro que pasaron –dice Karla Franka, muy agitada mientras sostiene la puerta hasta que su perro ingresa y lo despoja del collar.

–Serénate, Karla y cuéntame –responde Clelia, su madre–. Te ves muy pálida, ¿pues qué les pasó, dónde está Lulis? ¿Les faltaron el respeto, las quisieron robar? Ay, ya te dije que no salgas a la calle con ese animalito: donde quiera te lo chulean, pero también le echan ojo y ven que el perro es de raza fina.

Un día, por defenderlo, hasta un mal golpe te dan.

Mientras pone un pocillo con agua sobre la parrilla, Clelia se entera que a las dos chamacas intentaron arrebatarle a sus mascotas: Brandy, el albo bichón maltés que Karla Franka recibió como regalo de cumpleaños el año pasado, y Narcya, la pomerania que Lulis recibió a la muerte del abuelo, para que la quisiera tanto como él la quiso en sus últimos días.

–Dos tipos, mamá, dos tipos muy atentos primero y después amenazantes. Se acercaron a la banca donde Lulis y yo platicábamos. El Brandy y la Narcya como que estaban cansados, echados a nuestros pies. Ahí estábamos en pleno chisme cuando los tipos, con uniforme beige de pies a cabeza comenzaron a chulear a los animalitos.

–Ay hijita: ya te he dicho que no le hagan la plática a cualquiera; ¡los tiempos no están para eso! Dénse de santos que no recibieron un mal golpe. Seguro quisieron llevarse a los perros…

–Pues no al principio –atajo Karla Franka mientras su madre agregaba ajenjo y azúcar al pocillo–. Hasta pensamos que eran vendedores de productos para mascotas, porque chulearon su pelo, el brillo, preguntaron qué champú les poníamos y si estaban todas sus vacunas al día. Pero sospechamos cuando dijeron que los acompañáramos a la unidad móvil de la delegación, porque estaban aplicando la vacuna contra el coronavirus, que provoca crisis respiratorias en los perritos. Yo de mensa dije: vamos, y se ofrecieron a cargar a los animales, pero la Lulis ya ves que es bien desconfiada, pregunto dónde tenían estacionada la unidad, y dijeron que a la vueltecita, ¡y en la Alameda Oriente nomás hay una vueltezota! y dijo no: deme a mi Narcya o comienzo a gritar y el tipo le jaloneó la correa y Lulis, qué oso: gritó y gritó como chiva loca y entonces me di cuenta que nos querían robar y que comienzo también a armar escándalo, ya sabes que no se me da: ¡Auxilio, auxilio, que se quieren llevar a nuestros niños, auxilio, socorro!

Al momento la gente comenzó a congregarse. Lulis y Karla Franka la emprendieron a correazos contra el par de tipos, que no esperaban tal resistencia y corrieron a la salida de la Alameda. Apareció quién sabe de dónde el bolillo para el susto y los comentarios solidarios: “Tengan cuidado, muchachas, que no es la primera vez que eso ocurre.

No sean tan confiadas: por donde quiera abundan los malandrines y tenemos que andar a las vivas”.

Las chicas se dejaron acompañar hasta el crucero de Periférico Oriente y Xochiaca, abordaron un taxi y llegaron a la casa de Lulis, que sí se espantó, tanto, que nomás le abrieron la puerta y se echó a llorar en brazos de su mamá, mientras Layla era blanco de todas las atenciones y caricias.

El robo o secuestro de perros se incrementa en la Ciudad de México.

No siempre tratan de ganar la confianza de la víctima. Con frecuencia el asalto es a mano armada y ocasiona crisis en el hogar, pues además de tiempo y dinero la mascota es gran receptora de afecto; su ausencia repercute emocionalmente en la familia. En 2014, la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México recibió la denuncia de 92 casos de robo; al año siguiente la cifra ascendió a 109 denuncias, y en 2016 a 115 y durante 2017 la cifra llegó a 122.

–No sé qué hubiera hecho si se llevan a Brandy –confía doña Clelia–. Es nuestra compañía. Los hijos se marchan, hacen su vida. Pero los animales siempre están con nosotros. Muy fieles.

De una vecina que vivía sola, supimos que murió por su perro. Un infarto se llevó a Julieta. El Oso logró abrir la puerta, ladraba sin agresividad, como llamando la atención. Oscureció y la puerta seguía abierta, los vecinos decidieron entrar y averiguar.