ERASE UNA VEZ DOS PERSONAJES DE LA GENERACIÓN PERDIDA

 

El fin de la Primera Guerra Mundial, aquella que se desarrolló entre 1914 y 1918, unió a un grupo de escritores estadounidenses en Europa. Se trata de Ezra Pound, William Faulkner, Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, John Dos Passos y John Steinbeck. Los unía el haber hecho del Viejo Continente su residencia como artistas, principalmente París; […]


El fin de la Primera Guerra Mundial, aquella que se desarrolló entre 1914 y 1918, unió a un grupo de escritores estadounidenses en Europa. Se trata de Ezra Pound, William Faulkner, Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, John Dos Passos y John Steinbeck. Los unía el haber hecho del Viejo Continente su residencia como artistas, principalmente París; ahí dieron sus primeros pasos como escritores y algunos de ellos habían participado antes de una forma u otra en la conflagración.

La también escritora y mecenas del arte, la estadunidense radicada en la capital francesa, Gertrude Stein, les bautizó como la Generación Perdida, pues tenían en común pertenecer a aquellos que decepcionados por el ambiente cultural de su país natal se habían trasladado a Europa y por haber absorbido el clima de decepción y pesimismo tras la primera gran guerra.

Sólo algunos de ellos mantuvieron relación personal, correspondencia o intercambiando puntos de vista que enriquecieran su literatura. Pero casi todos escribieron críticas, recomendaciones sobre la obra de los otros en las revistas literarias y culturales del momento. Había cercanía generacional, pero desencuentros personales.

Eran los años 20 del siglo XX y París era el lugar propicio para desarrollar la obra literaria que luego, a todos los mencionados, les haría pasar a la historia universal del arte. Ernest Hemingway describe muy bien ese ambiente en uno de sus libros, que lleva por título justamente París era una fiesta.

En dicho volumen, publicado por primera vez en 1964, es decir póstumamente, el también autor de novelas recordadas y reconocidas como Por quién doblas las campanas, Adiós a las armas o El viejo y el mar narra la vida que llevaba junto a su primera esposa, Hadley Richardson, los departamentos donde vivieron y los restaurantes y los cafés que frecuentaron, y donde el autor escribió muchos de sus cuentos.

También, sus visitas al departamento donde vivía Gertrude Stein y el momento en que, de acuerdo con el volumen, le dice que él y otros escritores de la época pertenecen a una generación perdida. También cuenta del intercambio de conocimientos literarios, de autores y recomendaciones de lecturas que tuvo con ella.

Es en los últimos capítulos del libro que terminó de escribir en 1960 en los que Hemingway cuenta su relación de amistad con Scott Fitzgerald (1896-1940), el reconocido autor de El gran Gatsby, y cómo y porqué se fue deteriorando hasta el rompimiento total.

La relación ocurre en los primeros años de la segunda década del siglo XX y hasta 1925. Hemingway ya contaba con alguna fama por haber publicado con cierto éxito algunos cuentos suyos, cuando un día mientras estaba en un café que frecuentaba se le acercó Scott y se presentó ante él. Entonces, entre tragos de vino y whiskey, iniciaron una amistad que con el paso de las semanas y los meses habría de afianzarse. Sin embargo, desde ese primer día el autor nacido en Illinois habría de notar que el alcohol le producía un efecto especial. Posteriormente confirmaría su primera impresión y finalmente lo tuvo como parte principal de su “perdición” como escritor.

La otra parte, y quizá la principal, era su mujer, Zelda, quien lo trataba de una manera que le obligaba a estar con ella y descuidar su trabajo, abandonar la disciplina que debe tener un escritor. Incluso, en algún momento dice con todas sus letras que ella lo orillaba a embriagarse, con lo que Scott terminaba por no escribir y, cuando lo hacía, era con “truquitos” con los que lograba que le publicaran en las revistas de moda, aunque no fueran sinceros, es decir que no contenían la voz verdadera del escritor.

En el libro de marras da cuenta de ello, pero fue en una mención directa en Las nieves del Kilimanjaro que Scott Fitzgerald reaccionó y le reclamó a través de una carta: “Querido Ernest: Por favor, no hables de mí en tus libros. Si a veces decido escribir de profundis, eso no significa que quiera que los amigos recen en voz alta sobre mi cadáver. Sin duda que tu intención fue buena, pero me costó una noche de insomnio. Y cuando incorpores el relato a un libro, ¿te molestaría quitar mi nombre?”.

Había confluencias, pero también desavenencias en la Generación Perdida.

NTX/RML/LIT19