FRAGMENTO DE LA OBRA “LAS PAREDES OYEN”

 

Acto Tercero Escena XVII Doña Ana: Caballeros, deteneos; que a mí ese daño me hacéis. Duque: Basta que vos lo mandéis. Don Juan: Serviros son mis deseos. Doña Ana: Éstos los cocheros son por quien mi opinión se infama; y por quitar a la fama de mi afrenta la ocasión, le doy la mano de […]


Acto Tercero

Escena XVII

Doña Ana: Caballeros, deteneos; que a mí ese daño me hacéis.

Duque: Basta que vos lo mandéis.

Don Juan: Serviros son mis deseos.

Doña Ana: Éstos los cocheros son por quien mi opinión se infama; y por quitar a la fama de mi afrenta la ocasión, le doy la mano de esposa a don Juan.

Don Juan: Y yo os la doy. (Danse las manos.)

Celia: ¡Buena pascua!

Beltrán: ¡Loco estoy!

Duque: (Empuñando contra don Juan.) Vuestra amistad engañosa castigaré.

Don Juan: Deteneos, que yo nunca os engañé. Recato y no engaño fue encubriros mis deseos; que, si os queréis acordar, sólo os tercié para vella, y en empezando a querella, os dejé de acompañar.

Doña Ana: Y en fin, si bien lo miráis, el dueño fui de mi mano, y sobre mi gusto, en vano sin mi gusto disputáis. A don Juan la mano di, porque me obligó diciendo bien de mí, lo que don Menda perdió hablando mal de mí. Éste es mi gusto, si bien misterio del cielo ha sido, con que mostrar ha querido cuánto vale el hablar bien.

Don Mendo: Antes sospecho que fue Las paredes oyen, pena del loco rigor, con que, por ti, el firme amor de tu prima desprecié. Mas con llorar mi mudanza y gozar su mano bella estorbaré su querella y mi engaño y tu venganza.

Doña Lucrecia: ¿Quién os dijo que sustenta hasta agora el alma mía vuestra memoria?

Beltrán: (Ap. Él hacía sin la huéspeda la cuenta.)

Doña Lucrecia: Vos hablaste, pretendiendo a doña Ana, mal de mí.

Don Mendo: ¡Y o a doña Ana mal de ti! Doña Lucrecia: Las paredes oyen, Mendo. Mas puesto que en vos es tal la imprudencia, que queréis 2940 ser mi esposo, cuando habéis hablado de mí tan mal, yo no pienso ser tan necia que esposa pretenda ser de quien quiere por mujer a la misma que desprecia; y porque con la esperanza el castigo no aliviéis, lo que por falso perdéis, el Conde por firme alcanza. Vuestra soy. (Da la mano al Conde.)

Don Mendo: ¡Todo lo pierdo! ¿Para qué quiero la vida?

Conde: Júzgala también perdida si en hablar no eres más cuerdo.

Beltrán: Y pues este ejemplo ven, suplico a vuestras mercedes miren qué oyen las paredes y, a toda ley, hablar bien.

NTX/MCV/LIT19