La danza sanadora de Paula Villaurrutia

 

De niña conoció la tiricia, un mal que perturba al alma —dicen en las comunidades indígenas del país— y se siente en el cuerpo, pero sobre todo en el espíritu. Hoy, a través de su lenguaje corporal, la bailarina busca aliviar a los tiricientos cosmopolitas porque, asegura, su baile tiene un tinte terapéutico que hace […]


De niña conoció la tiricia, un mal que perturba al alma —dicen en las comunidades indígenas del país— y se siente en el cuerpo, pero sobre todo en el espíritu. Hoy, a través de su lenguaje corporal, la bailarina busca aliviar a los tiricientos cosmopolitas porque, asegura, su baile tiene un tinte terapéutico que hace del dolor algo bello y sublime

Por Juan Carlos Castellanos C.

México, 5 de septiembre (Notimex).- Sobre el escenario, una mujer enfrenta y lucha por salir de ciertos estados de ansiedad, estrés y depresión, al tiempo que la danza, música, poesía e iluminación llevan al espectador a un viaje introspectivo por la tristeza, el dolor y el renacer.

      Se trata del unipersonal Flores blancas (Cuando llorar no se puede), de la coreógrafa y bailarina Paula Villaurrutia, quien así explica su obra.

      —Es una joven mujer cuya existencia es atormentada por diversos problemas, los cuales afectan su estado emocional y anímico. Tomo como referencia la tiricia, un padecimiento que entre las culturas originales del país es reconocido como una enfermedad del alma; en contraste con ello, en las ciudades se le define como ansiedad, depresión y estrés—, explica en entrevista con Notimex.

      De profundas raíces en la campiña guerrerense —de donde provienen sus ancestros, pero nacida en Coyoacán, Ciudad de México—, Paula estrenó esta pieza el año pasado, también como una necesidad de dar a la danza tradicional un tratamiento contemporáneo, y crear un lenguaje propio que la identificara como bailarina, y más que eso, como coreógrafa.

      —Mi punto de partida son dos textos que me parecen extraordinarios para decir lo que pienso: La Tiricia, de Rubén Luengas, y Trenzaré mi tristeza, de Paola Klug—, añade la entrevistada, quien se arropó con la esencia de géneros musicales y dancísticos tradicionales de México, entre ellos el son jarocho, huasteco, arribeño y chilena.

      Flores blancas (Cuando llorar no se puede) cuenta la historia de esa mujer, sin ser necesariamente un retrato o biografía de Paula Villaurrutia, quien sostiene que a partir de esos dos textos y de la creación de un personaje y una historia, lleva a escena la tiricia. Una historia, la cual le interesa escenificar por la importancia que para ella tienen los padecimientos del alma.

      —Sin embargo, a través de esta obra cambio el formato en aras de hallar una voz propia. Mi familia es de campo, desde niña conocí ese padecimiento que era recurrente en la comunidad y en el interior de la familia. “Anda tiriciento”, decían las tías, los tíos, las abuelas y los abuelos. Cuando alguien está tiriciento le ofrecen música o lo llevan a cortar flores al campo y son arrojadas al río, para que la corriente se lleve eso mismo conocido en las grandes urbes como estrés, tristeza o depresión, pero en realidad, dicen los “grandes” del pueblo, son males del alma.

 

Regresa a la cartelera

Estrenada en julio de 2018 en el Teatro de la Danza del Centro Cultural del Bosque, la obra regresa a la cartelera dentro de la temporada “Del alma al cuerpo” en el Teatro Raúl Flores Canelo, del Centro Nacional de las Artes (Cenart), este viernes 6 de septiembre en punto de las 20:00 horas; sábado 7, a las 19:00, y el domingo 8, a las 18:00, mientras que el miércoles 11 del mismo mes será presentada a las 20:00 horas, en el Teatro de la Danza, dentro de la temporada “Patria Grande”.

      —Todo parte de un interés personal de llevar a escena estos conflictos emocionales, mentales y corporales; sin embargo, tengo claro que una cosa es la escena y otra mi vida privada, de tal forma que el personaje no soy yo. Lo construí y alrededor de él creé una historia para interpretarla yo misma. Aunque me remito a recuerdos emotivos de mi infancia, no es mi vida ni una pieza autobiográfica—, dice la entrevistada.

      Afirma estar interesada en provocar que el espectador se reconozca en ese personaje, porque —considera— todos en este mundo, desde adolescentes hasta adultos mayores, sin distingos de sexo, nacionalidad u ocupación, hemos sufrido en mayor o menor medida de tiricia, o ansiedad, estrés y depresión, como se le quiera llamar de acuerdo con el contexto en el cual se ha nacido.

      —Flores blancas (Cuando llorar no se puede) logra unir públicos, porque los amantes de los diversos géneros de danza —tradicional, folclórica, contemporánea y otros— han comulgado antes la historia que cuento en esta obra, más allá de géneros, disciplinas, estilos, escuelas y corrientes dancísticas. En síntesis, toco el alma del espectador… y la sano—, asegura.

      Aclara que la pieza tiene un tinte terapéutico porque hace del dolor algo bello, y esa es una de las finalidades perseguidas: convivir con el dolor y convertirlo en alegría. Con el fin de completar la receta, en el escenario hay elementos extraídos de los textos para crear la escenografía, siempre cargados de mucho simbolismo.

NTX/JCC/AGO/MBS