Lord Byron, el poeta de la culpa que escandalizó a su nación

 

México, 19 Abr (Notimex).- Hace 195 años falleció el poeta del dolor y la culpa, el nostálgico que amó más a su perro que a los hombres, el mayor representante del Romanticismo inglés, Lord Byron. El rebelde poeta londinense, viajero empedernido que capturó en sus versos el espíritu de la vieja Europa y escandalizó a […]


México, 19 Abr (Notimex).- Hace 195 años falleció el poeta del dolor y la culpa, el nostálgico que amó más a su perro que a los hombres, el mayor representante del Romanticismo inglés, Lord Byron.

El rebelde poeta londinense, viajero empedernido que capturó en sus versos el espíritu de la vieja Europa y escandalizó a la sociedad de su época con sus deudas, amoríos y sátira mordaz, vivía entre la amoralidad y la persistente culpa por sus acciones.

George Gordon Byron, por su nombre de pila, nació el 22 de enero de 1788 en Londres, Inglaterra. Creció en Aberdeen, Escocia, con una infancia triste tanto por penurias económicas como por una deformidad en sus pies que lo hacían cojear.

A los 10 años recibió el nombramiento de barón, título que su tío abuelo William le heredó al fallecer, al igual que heredó todas sus propiedades como la residencia Newstead Abbey. Posteriormente también adoptó el nombre de Noel, para recibir la herencia de su suegra.

Tenía 12 años cuando empezó a escribir poesía, cursó estudios en el Colegio de Harrow y la Universidad de Cambridge, donde al parecer comenzó a generar rechazo en la sociedad por sus numerosas deudas y las relaciones que mantenía con hombres y mujeres.

En 1807 publicó su primer libro de poemas “Horas de ocio”, que suscitó fuertes críticas, a las que respondió en verso con la sátira “Bardos ingleses y críticos escoceses”, que le dio notoriedad.

Al año siguiente falleció “Boatswain”, un terranova que le regalaron siendo cachorro y que amó al grado de ordenar la construcción de un monumento a su mascota, en el que escribió el célebre epitafio: “Cerca de este lugar reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin la vanidad, la fuerza, sin la insolencia, el valor, sin la ferocidad, y todas las virtudes del hombre sin sus vicios”.

El sexto barón de Byron ocupó en 1809 un escaño en la Cámara de los Lores y poco después inició un viaje por España, Portugal, Albania, Malta y Grecia. Fruto de este afán viajero nacieron en 1812 los dos primeros cantos de “Las peregrinaciones de Childe Harold”, donde narra aventuras que le ocurrieron durante sus recorridos por Europa.

La obra se fue ampliando a medida que vivía nuevas experiencias, hasta convertirse en uno de sus libros más famosos. El protagonista del libro se identifica con el propio Lord Byron, pues lo describe como un héroe cargado de sensaciones y emociones que intenta una huida hacia la redención de sus propias culpas.

Posteriormente escribió “La novia de Abydos”, “El infiel” y “El corsario”, publicada en 1814 y que en su primer día en las librerías vendió 10 mil copias. Al año siguiente editó “Melodías hebreas” y se casó con Anne Isabella (Annabella) Milbanke, con quien procreó a Augusta Ada Lovelace, única hija legítima de este autor.

Tras el nacimiento de su pequeña, Lord Byron abandonó a su mujer, creció el escándalo por su bisexualidad, aumentaron los señalamientos por sodomía, además de circular rumores sobre una relación incestuosa con su hermanastra Augusta Leigh y de que George Gordon estaba perdiendo la cordura.

Aislado por la sociedad y amargado, el barón abandonó Inglaterra y jamás volvió a ella.

Acompañado de su médico y secretario particular John William Polidori viajó a Ginebra, Suiza, donde en 1816 se instaló en la Villa Diodati. Con el lago Lemán al fondo, escribió el tercer canto de “Childe Harold” y el poema narrativo “El prisionero de Chillon”.

Sus vecinos eran Percy Bysshe Shelley y Mary Godwin, quienes se casarían en diciembre de ese año, así como la hermanastra de la joven, Claire Clairmont, amante de Byron y con quien procrearía a su hija Allegra, quien fallecería a los cinco años de edad.

Durante esos días conocidos como “El año sin verano” (a consecuencia de la erupción un año antes del volcán Tambora, en Indonesia), Byron ideó una apuesta para ver quién creaba el relato más terrorífico: Polidori escribió “El vampiro”, y Mary Shelley dio vida a “Frankenstein o el moderno Prometeo”.

Más tarde se mudó a Venecia, donde creó “Manfred”, poema gótico y “drama metafísico”, como el propio autor lo definiría y que posibilitó que trabara contacto con el poeta alemán Johann Wolfgang von Goethe.

Cuatro años después se instaló en Pisa, también en Italia, donde compuso los poemas narrativos “Mazeppa” y “La isla”, al igual que las obras teatrales “Caín”, “Sardanápalo”, “Los dos Foscari” y “Marino Faliero”. En 1819 dio vida a los primeros cantos de “Don Juan”, obra maestra que quedó inconclusa por la muerte del poeta.

Con los poetas Percy Shelley y Leigh Hunt, en 1822 fundó la revista “The Liberal”, pero la muerte del primero, ese mismo año, y una pelea con Hunt, puso fin a esta empresa cuando sólo se habían publicado tres ediciones.

En esta época también entabló una polémica literaria con el poeta Robert Southey, que había atacado a su “Don Juan” en el prefacio de su libro “Una visión del juicio final”; la respuesta de Lord Byron fue la sátira más mordaz.

Una prueba más de su carácter liberal y rebelde se manifestó cuando los turcos invadieron Grecia. El escritor y viajero no sólo se unió a las tropas helénicas, sino que además realizó donaciones económicas a la causa.

Lord Byron, quien en enero de 1824 fue nombrado por los griegos “Comandante en jefe de sus fuerzas”, falleció el 19 de abril de ese mismo año en Missolonghi, Grecia, víctima de una fiebre producto de una epidemia.

Su breve vida y sus aventuras, sus amoríos y frases como aquella de “Cuanto más conozco a los hombres menos los quiero; si pudiese decir otro tanto de las mujeres, me iría mucho mejor”, dieron a Byron un halo de romanticismo y misterio que lo convirtieron en un autor envuelto en mitos más que en verdades.

Pero lo que se debe resaltar, sin duda, es su legado como hombre de letras, que se vio reflejado en la expresión del propio inglés: “Si no escribo para vaciar mi mente, me volvería loco”.

-Fin de nota-

 

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