MALASUERTE SIGUE TRAZANDO EL RUMBO LITERARIO DEL SINALOENSE HILARIO PEÑA

 

La historia de Hilario Peña (Mazatlán, 1979), sinaloense de nacimiento, pero tijuanense por adopción, es tan singular como su literatura; estudió ingeniería, de la que pronto se decepcionó porque en lugar de permitirle crear grandes obras, lo mantenía esclavizado, trabajando en fábricas o instalando televisión por cable a lo largo de la frontera, frustración que […]


La historia de Hilario Peña (Mazatlán, 1979), sinaloense de nacimiento, pero tijuanense por adopción, es tan singular como su literatura; estudió ingeniería, de la que pronto se decepcionó porque en lugar de permitirle crear grandes obras, lo mantenía esclavizado, trabajando en fábricas o instalando televisión por cable a lo largo de la frontera, frustración que lo llevó a levantarse de madrugada durante varios meses para escribir como loco y crear mundos que no fueran el suyo.

El fin fue sacudirse de algún modo la mala suerte de su primera elección de vida y darle un giro que lo dejara, primero independizarse, y después disfrutar con la forma con que se ganaba la vida. Y fue justamente su Malasuerte (personaje central de sus historias), la que paradójicamente lo convirtió en un exitoso autor con ocho novelas publicadas en un lapso de 12 años.

Peña charló esta semana con Litoral, durante una visita a la capital mexicana para promover Detective Malasuerte, un compendio de tres novelas (Malasuerte en Tijuana, La mujer de los hermanos Reyna y Juan tres dieciséis) que fueron en su momento escritas de manera muy instintiva, y que luego de varios años de participar en talleres e interactuar con otros autores a los que les ha aprendido el oficio, pulió para una versión definitiva.

Se trata de un retrato polifónico sobre la ciudad de Tijuana, delineado por un desfile de personajes carnavalescos, empezando por el propio Tomás, un pelirrojo, feo, pero de buen cuerpo, que fue salvado de su destino de criatura del demonio, aunque no de ser socialmente marginado por la creencia popular de que los pelirrojos son de mala suerte, y hasta por un extraterrestre, porque para Peña, si se recurre a la ficción hay que explotarla y aprovechar la libertad de urdir cualquier tipo de historia.

Y es que la literatura de Peña se rige, antes que por cualquier otra consideración, por su ojo lector, por su afición a la novela detectivesca, inspirada en clásicos como los británicos Arthur Conan Doyle o Agatha Christie; por su inclinación a creer en todo tipo de teorías conspiratorias, que oscilan entre terraplanistas y reptilianos, y por un decálogo de autodidacta que se ha impuesto para repudiar los clichés en su obra.

Por ejemplo, cuando perfila sus personajes, no piensa en cómo deben reaccionar en situaciones ordinarias, por el contrario, se cuestiona sobre cómo lo harían en circunstancias extraordinarias, porque a la hora de escribir, dice, lo que hace es experimentar, mezclar todos los elementos que a él le gustaría encontrar en una buena novela, siempre pensando en él y en… ¿por qué no?

En así que en su obra puede haber lindas damas malolientes o conspiraciones extraterrestres para limpiar del vicio a Tijuana, eso no importa, lo que trasciende es esa posibilidad que toma de la ficción de escribir sin límites, ataduras o etiquetas de cualquier especie.

Por eso, su detective, pese a ser una figura desgastada en cierto sentido dentro de la literatura, trata con sus supersticiones y manías, e incluso sus frases, de ser un personaje fresco, lo suficientemente redondo para soportar toda una saga, porque si algo le queda claro al autor es que si un personaje no tiene esa solidez no vale la pena perder el tiempo en escribir ni quitárselo al lector leyendo.

La literatura de Peña no busca cumplir con las convenciones de la llamada literatura del norte, de ahí que su historia no esté demasiado inclinada hacia un lenguaje propio de la región, pues aun cuando figuran algunos de los típicos escenarios, tampoco busca saltar de las carretas de mariscos a las garitas malolientes, como un sello distintivo; su preocupación es el equilibrio, “estar con un pie en ambos lados, presentar historias con un sello universal, sin perder la identidad”.

Tampoco quiere blofear y decir que estas historias pueden ocurrir en cualquier parte del mundo, porque son mexicanas, específicamente fronterizas; y si algunos le llaman “tropicalizar” el género policial, no le importa, porque “es algo que me nace, que siento como una obligación, sin caer en el hecho de que el caló sea lo más importante, porque se trata que no pierda su carácter universal; en ese sentido –admite- sí hay un alejamiento consciente del cliché de la literatura del norte”.

Su escritura y la de otros va más allá de la literatura del narco, “somos más sofisticados que eso, nuestra pasión por los detectives viene de más atrás, ahora ya hemos podido establecernos como un grupo de escritores de misterio. Ahí está BEF y su detective Mijangos, Francisco Haghenbeck y su personaje Sunny Pascal, perfilando un género diferente a aquel con el que se suele identificar a la literatura del norte”.

De hecho, más que heredero de los escritores del norte como Humberto Crosthwite o Eduardo Antonio Parra, se siente más en deuda con los pioneros de la novela policial en México, como Paco Ignacio Taibo II o Rafael Bernal, quienes en su momento se enfrentaron al menosprecio y la indiferencia. “A ellos les tocó sufrir más, a nosotros nos ha ido más leve, ya podemos ganar premios en estos subgéneros y no sé si eso hubiera sido posible en otro momento”.

O con Elmer Mendoza, quien les abrió la puerta a los subgéneros, lo que ha favorecido que hoy puedan hacer cualquier tipo de novelas y obtener reconocimiento por ello, como él, que es ganador del Premio Bellas Artes de Novela José Rubén Romero, por su Cornelio Callahan (2016).

Sobre la saga editada por Océano, Peña recuerda que Malasuerte en Tijuana es una novela de aprendizaje, de madurez, que narra el viaje del héroe, este mito milenario ligado a la vida de Moisés o Jesucristo, donde el personaje central descubre que tiene un talento y se reinventa con éste.

En Las mujeres de los hermanos Reyna no tenía un tema que funcionara como eje, sólo quería establecer su versión de la Tijuana multicultural, viva y vibrante en muchos sentidos, irremediablemente inmersa en una realidad permeada por el narcotráfico, la migración y la violencia.

Mientras que la tercera de las novelas, Juan tres dieciséis, es una reflexión sobre qué es lo principal en el camino al reconocimiento profesional, en un mundo que parece regido por la corrupción, el nepotismo, el tráfico de influencias. En ese entorno, ¿importa el talento? Porque era algo que necesitaba saber en el momento en que decidió dejar su profesión y aventurarse con la literatura, cuyo futuro siempre es azaroso.

La historia gira en torno a un boxeador, que se llama así porque a su papa le cambió la vida ese versículo bíblico, y que de pronto descubre que, algo que en determinado momento le valió la burla, el escarnio social, también puede convertirse en una cosa trascendente, que tiene impacto en su carrera. Entonces reflexiona en cómo algo que puede parecer muy cotidiano puede acabar teniendo impacto en circunstancias diferentes.

Además de estas tres novelas, Peña ha escrito historias como Los días de Rubí Chacón (2007), El infierno puede esperar (2010), Chinola Kid (2012), Págale al diablo (2016) y Un pueblo llamado Redención (2017), además del ensayo literario El asesino de las mil caras, que obtuvo Mención Honorífica en el X Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2019.

NTX/MCV/LIT19