ONETTI Y PIGLIA EN LA PALMA DE LA MANO

 

Sudamérica ha dado grandes nombres a la literatura universal. En la época virreinal se recuerdan nombres como el peruano Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616), pero también viene a la memoria Alonso de Ercilla (1533-1594), quien contó la historia del actual territorio de Chile en su obra La Araucana. Ya en la era independiente, en […]


Sudamérica ha dado grandes nombres a la literatura universal. En la época virreinal se recuerdan nombres como el peruano Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616), pero también viene a la memoria Alonso de Ercilla (1533-1594), quien contó la historia del actual territorio de Chile en su obra La Araucana.

Ya en la era independiente, en el siglo XIX y primera mitad del XX las naciones del cono sur tuvieron autores de la talla de los argentinos Esteban Echeverría (1805-1851), autor de El matadero; Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), quien escribió Facundo o civilización y barbarie, y Leopoldo Lugones (1874-1938), autor de La guerra gaucha. Asimismo, el uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937), de cuya pluma brotaron los Cuentos de amor, de locura y de muerte.

Tal estirpe literaria fue continuada en la segunda mitad del siglo pasado y hasta años muy recientes por escritores de la talla de los argentinos Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Roberto Arlt, Alejandra Pizarnik, Adolfo Bioy Casares, Victoria Ocampo, Ernesto Sábato y Roberto Piglia; los uruguayos Mario Benedetti y Juan Carlos Onetti, y ni qué decir del chileno Pablo Neruda, el peruano Mario Vargas Llosa y el colombiano Gabriel García Márquez.

Dos de estos últimos son motivo de estudio del escritor mexicano Juan Villoro en su libro La máquina desnuda, se trata de Juan Carlos Onetti y de Roberto Piglia. Como punto de partida de su análisis podemos tomar la idea que el autor de El disparo de Argón cita del filósofo y crítico literario Walter Benjamin (1892-1940), respecto a que “el narrador contemporáneo enfrenta una progresiva degradación de la experiencia. Ya no es el aventurero que viene de lejos y trae una historia impar ni el depositario de una tradición oral que pervive en él” (p. 49).

Es decir, debe tomar otras opciones que no dependan de la realidad inmediata del autor, entre ellas desarrollar una literatura de introspección, de reflexión; o una que innove en la estructura o el lenguaje; o con personajes que rompan con el ideal que la literatura ha seguido, o que el tema se sostenga en hechos no cotidianos, o hasta en la ciencia ficción o futurista, por ejemplo. Si se sigue al libro de Villoro, en el caso de los escritores estudiados se trata de los cuatro primeros casos.

Al hablar del autor de El astillero, menciona entre otras cosas que “en el plano de la anécdota, el cierre adquiere el peso de lo que asombra y sin embargo resulta congruente con lo que había sucedido” (10), lo que significa que estructuralmente hay un trastorno que es aprovechado para sorprender al lector. Para ello también funciona el lenguaje, pues ese cambio en el final de un cuento sólo resulta congruente con lo descrito si las palabras son las precisas para que quien lee espere un final, pero no le resulte inverosímil el elegido por el autor.

La obra de Onetti, refuerza Villoro, “parte del misterio, del significado emocional de la historia, y escatima la anécdota; muestra las conjeturas y esconde las acciones que las hacen posibles” (p. 18). Además, sus historias están pobladas de personajes que rompen con el molde, pues se trata de “hombres de escasa vida (que) imaginan lo que hacen otros” (p. 15).

Respecto al otro autor de su estudio, Villoro dice de entrada con contundencia: “las historias de Ricardo Piglia son intensas discusiones sobre el arte de narrar”, y junto a otros autores “comparte la certeza de que el mundo ya ha sido narrado” (p. 39), entonces se inclina por la innovación en la forma, y en el lenguaje que posibilita la credibilidad de una historia estructuralmente modificada. Así, “narrar se convierte en una investigación al revés, la paulatina creación de un misterio” (p. 40).

Al referirse a la novela Respiración artificial, anota que “es, ante todo, un lugar para pensar. Pero estamos ante algo más que un escenario narrativo para discutir ideas. La argumentación decide la trama” (p. 67), lo que lleva de nuevo a la complementación de innovación en la estructura y el lenguaje que lleva a los autores “contemporáneos” a los que se refiere Walter Benjamin y que hemos tomado como punto de partida del análisis que hace Villoro en su publicación La máquina desnuda, edición breve y pequeña que se puede sostener en la palma de la mano.

NTX/RML/LIT19