POESÍA DE JOSÉ LEZAMA LIMA

 

Muerte de Narciso (Fragmento) Ahogadas cintas mudo el labio las ofrece. Orientales cestillos cuelan agua de luna. Los más dormidos son los que más se apresuran, se entierran, pluma en el grito, silbo enmascarado, entre frentes y garfios. Estirado mármol como un río que recurva o aprisiona los labios destrozados, pero los ciegos no oscilan. […]


Muerte de Narciso

(Fragmento)

Ahogadas cintas mudo el labio las ofrece.

Orientales cestillos cuelan agua de luna.

Los más dormidos son los que más se apresuran,

se entierran, pluma en el grito, silbo enmascarado, entre frentes y garfios.

Estirado mármol como un río que recurva o aprisiona

los labios destrozados, pero los ciegos no oscilan.

espirales de heroicos tenores caen en el pecho de una paloma

y allí se agitan hasta relucir como flechas en su abrigo de noche.

Una flecha destaca, una espalda se ausenta.

Relámpago es violeta si alfiler en la nieve y terco rostro.

Tierra húmeda ascendiendo hasta el rostro, flecha cerrada.

Polvos de luna y húmeda tierra, el perfil desgajado en la nube que es espejo.

Frescas las valvas de la noche y límite airado de las conchas

en su cárcel sin sed se destacan los brazos,

no preguntan corales en estrías de abejas y en secretos

confusos despiertan recordando curvos brazos y engaste de la frente.

 

Ah, que tú escapes

Ah, que tú escapes en el instante

en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.

Ah, mi amiga, que tú no quieras creer

las preguntas de esa estrella recién cortada,

que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.

Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del baño,

cuando en una misma agua discursiva

se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:

antílopes, serpientes de pasos breves, de pasos

evaporados,

parecen entre sueños, sin ansias levantar

los más extensos cabellos y el agua más recordada.

Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses

hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,

pues el viento, el viento gracioso,

se extiende como un gato para dejarse definir.

 

Llamado del deseoso

Deseoso es aquel que huye de su madre.

Despedirse es cultivar un rocío para unirlo con la secularidad de la saliva.

La hondura del deseo no va por el secuestro del fruto.

Deseoso es dejar de ver a su madre.

Es la ausencia del sucedido de un día que se prolonga

y es la noche que esa ausencia se va ahondando como un cuchillo.

Es esa ausencia se abre una torre, en esa torre baila un fuego hueco.

Y así se ensancha y la ausencia de la madre es un mar en calma.

Pero el huidizo no ve el cuchillo que le pregunta,

es la madre, de los postigos asegurados, de quien se huye.

Lo descendido en vieja sangre suena vacío.

La sangre es fría cuando desciende y cuando se esparce circulizada.

La madre es fría y está cumplida.

Si es por la muerte, su peso es doble y ya no nos suelta.

No es por las puertas donde se asoma nuestro abandono.

Es por un claro donde la madre sigue marchando, pero ya no nos sigue.

Es por un claro, allí se ciega y bien nos deja.

Ay del que no marcha esa marcha donde la madre ya no le sigue, ay.

No es desconocerse, el conocerse sigue furioso como en sus días,

pero el seguirlo sería quemarse dos en un árbol,

y ella apetece mirar el árbol como una piedra,

como una piedra con la inscripción de ancianos juegos.

Nuestro deseo no es alcanzar o incorporar un fruto ácido.

El deseoso es el huidizo.

Y de los cabezazos con nuestras madres cae el planeta centro de mesa

y ¿de dónde huimos, si no es de nuestras madres de quien huimos

que nunca quieren recomenzar el mismo naipe, la misma

noche de igual ijada descomunal?

NTX/RML/LIT19