UNA DISTOPÍA EN CLAVE MEXICANA DEL SIGLO XXI

 

Escribir es participar en la gran novela de la literatura mundial. Así ha sido considerado en ciertos círculos por muchos años y con mucho gusto, y desde una novela distópica, Daniel Rodríguez Barrón espera contribuir a esta magna escritura histórica. Lo hace con Retrato de mi madre con perros, una novela de 166 páginas en […]


Escribir es participar en la gran novela de la literatura mundial. Así ha sido considerado en ciertos círculos por muchos años y con mucho gusto, y desde una novela distópica, Daniel Rodríguez Barrón espera contribuir a esta magna escritura histórica. Lo hace con Retrato de mi madre con perros, una novela de 166 páginas en las que logra un ritmo cadencioso, ligero, que al lector no le queda de otra que seguir hasta terminarla.

Lo anterior, no obstante ser una novela distópica. O quizá sea por eso. La trama se desarrolla en un futuro aparente, en el que Jacobo, el joven personaje central, ve pasar los días mientras el mundo se derrumba, entra en un proceso de extinción por una peste que nadie sabe a cierta qué es o cómo empezó. En ese periplo de lo que le queda de vida se empeña en cerrar círculos, apagar las luces que fueron encendidas cuando inició su vida. Pero el viaje final no lo hace solo, lo acompaña el fantasma de su madre muerta y una última obsesión: volver a ver a su padre.

En charla con Litoral, el escritor nacido en la Ciudad de México en 1970 coincide en que esta obra suya puede ser tomada como una gran broma, pero también como la historia fabulada de nuestra realidad, porque la vida a veces puede ser una broma, y muy pesada, y en la novela la peste que está terminando con la vida en la Tierra es un invento del Estado, de aquellos que tienen el poder y la forma de deshacerse de las personas que se atreven a cuestionar la realidad, aquellos que quieren jugar a ser rebeldes, que no saben quedarse quietos frente al display de su celular.

En la novela, el Estado, ese ente que nadie sabe quién es o quiénes son, lo controla todo: el comportamiento a través de mensajes que manda a los celulares inteligentes de las personas, en los que les da a conocer de premios ganados, permisos para salir a la calle, prohibiciones, amonestaciones por infringir mandatos y hasta órdenes de tomar pastillas.

Además de esa red, el personaje mencionado debe lidiar con la figura de su madre muerta, quien fue una actriz de teatro en cuyo repertorio siempre aparecen las madres, como Macbeth, de Shakespeare; Medea, de Eurípides; Yocasta, de Sofocles; La madre, de Máximo Gorki; Madre coraje, de Bertolt Brecht, o hasta la madre de El pelícano, de August Strindberg.

Sin embargo, en el fondo no sabemos si en verdad es un fantasma que se le aparece a Jacobo o es su conciencia o alucinaciones producto de las pastillas y el whiskey que consume. Lo que es verdad, es que a través de la lectura de Retrato de mi madre con perros uno se entera de la compleja y bizarra relación que ambos personajes mantuvieron durante muchos años y explica el final de la historia.

Al respecto, el también autor de la novela La soledad de los animales (2014) y del relato autobiográfico Morbo sacro (2018) aclara que no se trata de un tema que le retrate, más bien es una invitación a pensar a quienes nos rodean, familiares o amigos, más allá de la posición que les hemos dado, de las actitudes que les atribuimos. Por ejemplo, y sólo como ejemplo, una madre puede ser para alguien un ogro, pero también puede tener una parte oculta bondadosa, amorosa. O al revés.

Lo que es cierto es que la novela, la vida que lleva Jacobo en los días que se cuentan es terreno pantanoso, donde cada paso que se da no es seguro, firme, y entonces la lectura se vuelve arenas movedizas. Inestabilidad que en la vida de Jacobo se vuelve una intención de dejar huella de su paso por la Tierra, al saber que va a morir, un signo estético, una pirueta, un trazo que sirva a un artista para hacer un garabato.

Al mismo tiempo, añade Rodríguez Barrón, licenciado en Letras Inglesas por la UNAM y Premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo 2002, que la novela publicada por Seix Barral es una apuesta de hasta dónde puede llegar uno como escritor, hasta dónde arriesgarse, de hacer cosas, de ponerse en situaciones de riesgo, como lo es matar, mutilar, drogar; saber hasta dónde resiste la ética de cada quien.

“Un objetivo es empujar literariamente para tomar riesgos temáticos, de escritura, de ideas, aunque parezcan inenarrables, pero que no pierdan lo estético. Creo que somos lo suficientemente maduros para leer ciertos temas o tratamientos narrativos, que impliquen palabras altisonantes o escenas fuertes y hasta que rompan con la ética pública”.

La novela es una distopía en clave mexicana, en el siglo XXI, de cosas que pueden llevar a reflexionar que ya han sucedido aquí o incluso ya fueron vividas, finaliza al explicar que su escritura le llevó dos años en los que se adentró en montajes de obras relativas a la madre, y que tienen relación, por ejemplo, con el final, que hace referencia a Hamlet, de William Shakespeare.

NTX/RML/LIT19