Y ellos rapean así… en totonaco

 

Su origen es su gran orgullo


 

Texto original por Aranzazú Ayala para Revista Cambio

La historia del hip hop es una de lucha y resistencia, de ciudades, de violencia, de encontrar una luz y una manera de salir del caos de lo urbano. Pero también se ha convertido en una historia de fuerza y de empoderamiento del campo y de lo rural, y es una herramienta para defender y difundir las historias, tradición e idiomas de los pueblos indígenas de México.

De acuerdo con Juan Sant y Rolando Rolas, el hip hop es el mejor canal de expresión en su lengua materna, el totonaco, o tutunaku, que se habla en el norte de Puebla y Veracruz.

Juan lleva 18 años rapeando: conoció el hip hop cuando llegó desde el municipio de Pantepec a la Ciudad de México a fin de buscar un trabajo y apoyar a su familia. Los chicos de su barrio le enseñaron esa música, después empezó a escribir letras en español y tres años más tarde ya cantaba en totonaco.

En ese entonces, dice, nadie componía lírica en su lengua materna, y por eso lo hizo, como una manera de resaltar. De ahí nació la chispa del rescate de su cultura y sus raíces, así como la posibilidad de demostrarle a toda la gente de su pueblo lo que puede hacer un indígena: que no hay limitantes, ni el idioma que hables, ni dónde hayas nacido.

Rolas, originario de Amixtlán, empezó a cantar en tutunaku hace nueve años, un año después de entrar al mundo del hip hop, y también busca que se rescaten las raíces de su cultura, y sobre todo que la gente pierda el miedo y la vergüenza, que quiera otra vez aprender y hablar su lengua.

A Juan Sant el rap lo salvó de la violencia y lo llevó a reconocer sus raíces. El vivía en un ambiente violento, de vicios, y el rap lo apartó de ahí. “Es una vía de escape para salir de ese círculo vicioso y hacer autoconocimiento, te empiezas a conocer y pensarte tal cual, yo soy indígena, yo hablo tal lengua.”

Aunque el hip hop no es el único género que se ha cantado en lenguas indígenas –en México hay grupos de rock e incluso hasta de norteña en náhuatl y otros idiomas como otomí o tzotzil–, los raperos han encontrado en esa música una libertad única. Ningún otro género les ha dado esa oportunidad de expresar lo que está en su mente de manera tan fluida, casi como les llegan los pensamientos en silencio.

“Lo que tiene el hip hop de especial en lo personal es que ahí es donde yo puedo expresar lo que siento, lo que pienso, explotar lo que traigo. En la mente trabaja y llegan varias ideas, y si no las saca uno, explota, y eso pues igual como seres humanos nos hace daño cuando algo traemos dentro y no lo sacamos. Es un desahogo”, dice Rolas, y está seguro de que aunque experimente con fusiones musicales, nunca dejará su género.

RIMAS PARA RESISTIR

Rolando Rolas está en pláticas con otros artistas, entre ellos Juan Sant, a fin de organizarse y hacer música en defensa del territorio. La Sierra Norte de Puebla es una región rica en recursos naturales, con varias comunidades en pie de lucha cuyo objetivo de salvar la naturaleza, sus ríos, montañas y animales. La intención es componer primero una canción a favor de la defensa, dice, de nuestra madre tierra.

Si bien todavía es un proyecto, va de la mano con la idea que ambos tienen del hip hop. El rapero de Amixtlán dice que los jóvenes están haciendo consciencia, y que mucho de lo que piensan y sienten lo toman también de la música.

El rap mexicano en general ha sido una herramienta de denuncia y de consciencia, de no cerrar los ojos y de alzar la voz ante las realidades. Rolas dice que la mayoría de los artistas emergentes de hip hop están hablando de lo que pasa en el país, de la corrupción, los malos gobiernos, los asesinatos.

“La gente de esa manera se podría decir que está despertando más a través de este género. Es la importancia para mi del hop hop, que está dejando un buen mensaje, ya están hablando de la realidad”.

Juan coincide con que el hip hop es resistencia y lucha, porque esas son las bases del género, sus propios orígenes. Y que no hay diferencia entre cantar en totonaco, español o cualquier idioma, porque el lenguaje, como el sentimiento, es universal. Lo que cambia es el modo de ver el mundo, de escribir lo que vive un indígena en un pueblo y lo que vive en una ciudad. Pero lo más importante, la esencia de la música, es visibilizarse.

Cuando se presenta en algún lugar, dice Juan Sant, él mismo se convierte en el mensaje. “El llevarme a un lugar ya es el mensaje; que la gente vea a un indígena que trabajaba en el campo, que sus padres siguen en el campo, que puede llegar y tocar en el zócalo, los motiva a luchar por un sueño. Ese es mi mensaje”.

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