Este es el origen e historia del Twerking

 

Al igual que la música, la manera de bailar el reggaetón es satanizada y vista con prejuicios clasistas


AUTOR: GIOVANNA FRANZONI

Twerkear nuestras caderas no es una fiebre satánica que aqueja a nuestra generación. El movimiento brusco de caderas es herencia de la cultura afroamericana en la que, desde hace cientos de años, se practica un baile llamado Mapouka que nació al oeste de África, y que consiste básicamente en lo mismo que nos enloquece hoy: agitar bien las nalgas.

A nivel academia, el diccionario de inglés de Oxford registró la palabra por primera vez en 1820 como twirk, que tenía como significado “movimiento de torsión, contracción o sacudidas”. En 1901, por cuestiones lingüísticas, el término cambió a twerk sin el mayor escándalo y se quedó olvidado un rato.

La escena bounce (de rebote) que surgió en Nueva Orleans a principios de los 90 revivió el twerk. Uno de los primeros exponentes en poner nalgas meneándose en un video musical al ritmo de buenos bajos fue Dj Jubilee en un track titulado “Do the Jubilee All”. De ahí varios artistas de la misma escena retomaron el baile, pero el Internet aún no se había popularizado lo suficiente como para hacerle justicia.

Si buscamos en Youtube, vamos a encontrar más de cinco millones de videos relacionados a la palabra twerk. Para la misma búsqueda, Google arroja más de 50 millones de resultados. Esa es mucha gente moviendo las nalgas, hablando de moverlas, aprendiendo a moverlas (porque sí, hay tutoriales, obvio) o queriendo ver cómo alguien más las mueve, mis estimados.

Y es que aunque seamos pocos los que nos atrevemos a decirlo en voz alta: el movimiento brusco de trasero se disfruta bastante. Por eso, a diferencia de otras tendencias que agitan el Internet y luego son reemplazadas, la fiebre del twerking ha permanecido lo suficiente, hasta convertirse en el baile favorito de esta generación.

El twerk pasó de un baile escandaloso que asustaba a los “chapados a la antigua” a ser el ingrediente secreto de cualquier video musical moderno. Ahora, esos movimientos considerados lascivos han permeado la cultura latina que se consume en las fiestas tanto como la salsa.

La sacudida de nalgas resurgió a principios de los dos mil en Latinoamérica. Todavía no se le denominaba twerk, pero mientras Daddy Yankee pedía subirle al mambo a fin de prender los motores en “La Gasolina”, las bailarinas que lo acompañaban en el video movían de atrás para adelante las caderas al ritmo sincopado de la canción. Y como, obviamente, quedaba muy bien el movimiento de glúteos con un reggaetón de fondo, el twerk –o mejor conocido como perreo en Latinoamérica- fue creciendo en popularidad a la par del reggaetón.

Spotify reportó que la cuota de personas a nivel global que reproducían reggaetón subió de 10 millones de usuarios en mayo de 2014 a 140 millones en junio de 2017; hablamos de un crecimiento de 119 % en tan sólo tres años. Lo que a su vez representa incontables meneos de glúteos porque, ¿de qué otra forma se baila este género si no es perreando?

Que haya sido el reggaetón el género que se apropió del twerk no es coincidencia. En realidad, era cuestión de tiempo para que los latinos encontraran nuevas formas de agitar el trasero, movimiento que, tal vez en menor medida, también se usa al bailar salsa, cumbia, merengue y hasta quebradita. Hay que dejar de engañarnos: lo traemos en la sangre todos los descendientes de África.

Sin embargo, como pasa con cualquier manifestación urbana en América Latina, el moralismo cristiano que arraiga nuestra cultura se encargó de sentenciar esa muy disfrutable sacudida de glúteos. Twerkear, entonces, como lo fue en algún momento bailar cumbia, era asociado con los barrios bajos: de criminales y prostitutas; dentro de la cadena de lo aspiracional, se encontraba hasta abajo. Una historia muy diferente a la que se cuenta ahorita.

Miley Cyrus, vestida en licra color piel, twerkeaba sobre el escenario de los VMA’s mientras Twitter colapsaba, igual que los rostros de la familia de Will Smith sentados en la premiación en primera fila. Era 2013, y la niña buena que le había tomado a Disney tanto tiempo crear, había caído por la borda. Pero a Miley eso le valía un carajo: una nueva etapa de su carrera estaba por empezar y necesitaba ganar la atención de las masas.

¿La mejor forma de hacerlo? Refrescando las muy aburridas coreografías pop con ese baile tan irreverente que comenzaba a acaparar los servidores de Amazon en forma de videos de reggaetón o hip hop, tutoriales y documentación de concursos de twerk.

Por supuesto, Miley no era la primera superestrella en incluir el twerking en una de sus coreografías –recordemos que el baile comenzó a popularizarse a principios de los dos mil–. Pero sí fue la primera estrella pop blanca en utilizar el twerk durante su presentación en la premiación de música con más alcance juvenil a nivel global.

A partir de ahí, el baile tomó su curso con fuerza en Internet: Diplo sólo hablaba de twerk en Twitter, los ritmos sincopados del reggaetón y el hip hop comenzaron a adaptarse en la música pop, los foros sobre el tema crecieron como espuma, los videos en MTV mostraban cada vez más nalgas al aire y ya no era penoso perrear en los antros porque si Miley lo hacía, entonces no era tan “naco” como nos habían enseñado. Bendito proceso de blanqueamiento.

La verdadera pregunta es, ¿quién no perrea en 2018? Pese a que el baile todavía arrastra ciertos prejuicios en la comunidad latina, el movimiento de nalgas no se sataniza como antes, pues ya está en todas partes: en las fiestas de graduación, las bodas, los festivales escolares, en los videos musicales proyectados en pantallas en la parada de Metrobús, en los restaurantes y hasta en los programas mañaneros que ve tu mamá por televisión abierta.

Por fin hemos normalizado ese baile que tanto nos gusta, disfrutamos y va bien con la música actual. Lo único que nos falta es aceptarlo.

 

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LAF