A 202 años de el natalicio de Ignacio Ramírez ‘El Nigromante’

 

Acudamos a su nigromancia para defendernos de antiguas pestes y sobrevivir- convenientemente hechizados- a las pandemias presentes


El escritor, periodista e ideólogo liberal Ignacio Ramírez El Nigromante, considerado poseedor de una de las mentes más brillantes de nuestro país y uno de los pensadores más influyentes de su época, nació el 22 de junio de 1818 en San Miguel de Allende, Guanajuato, y falleció el 15 de junio de 1879 en la Ciudad de México.

En el marco de la campaña “Contigo en la distancia” de la Secretaría de Cultura, el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) recuerda que fue gran defensor de los derechos de las y los indígenas, y colaborador en casi una decena de publicaciones, además de promover la Biblioteca Nacional, fue considerado por sus contemporáneos el Voltaire mexicano y el Apóstol de la Reforma.

Otras de sus aportaciones fue impulsar la reforma del país en los ámbitos económico, educativo y religioso. Durante el gobierno de Benito Juárez unificó la educación primaria de la capital con la de los estados.

Juan Ignacio Paulino Ramírez Calzada realizó estudios de arte y derecho en la capital del país. Colaboró en periódicos como El Monitor Republicano, Temis y Deucalión, El Siglo XIX, El Demócrata, El Porvenir, El Clamor Progresista, La Sombra de Robespierre, El Semanario Ilustrado, La Chinaca, La Insurrección, La Opinión de Sinaloa, La Estrella de Occidente, El Clamor Popular, El Federalista, La Voz de México y El Correo de México.

Fue miembro de la Academia de Letrán. En la ceremonia de su ingreso pronunció su famoso discurso en el que dijo: “No hay Dios”, frase que Diego Rivera plasmó en su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central.

Ignacio Ramírez fue “enemigo implacable de toda tiranía; el sublime destructor del pasado, y el obrero de la Revolución”, dijo en alguna ocasión Justo Sierra, en referencia a su empeño por hacer transitar al país del “lenguaje de las armas” al “de las letras”, como lo pensaba Juárez al concluir la guerra de Reforma.

Con una labor periodística constante: fundó con Manuel y Guillermo Prieto el periódico “Don Simplicio”, que con adecuada jiribilla pretendía ser “la mirada de los simples”, dijo pertenecer “a la “proscrita clase de los trabajadores” y proponía “ser mexicano ante todo” adoptando dos modalidades: una “risueña y fandanguera” y otra, “formal y meditabunda”. Con el interesante vínculo entre la nigromancia y la crítica a las costumbres (“de cualquier vaporcillo, surge pronto un abogado, decía). Pretendía promover una reforma política, religiosa y económica y así lo hizo. Aprovechando y burlándose, primero de sí mismo, luego de los demás, usando la oratoria, el ensayo, la tribuna y la prensa, pero también componiendo versos que vale la pena aprenderse.

Y un oscuro Nigromante

que hará por artes del diablo

que coman en un establo

Sancho, Rucio y Rocinante

con el Caballero andante.

Su herencia llega hasta hoy, día de su nacimiento, lector querido. Leámoslo de nuevo. Acudamos a su nigromancia para defendernos de antiguas pestes y sobrevivir- convenientemente hechizados- a las pandemias presentes