Tercer anuncio de la Pasión

Tercer anuncio de la Pasión
Tercer anuncio de la Pasión 

Como las intenciones de Santiago y de Juan eran también las de los otros discípulos, Jesús les indicó que la grandeza la alcanzarían en el servicio a los demás porque la grandeza se obtiene en la generosidad y en la entrega sin esperar recompensa.


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Por Roberto O’Farrill Corona

“Tercer anuncio de la Pasión”

Los discípulos estaban sobrecogidos porque se dirigían a Jerusalén, el centro del poder judío que repudió la doctrina de Jesús. Él no guardaba timidez, pero en sus discípulos prevalecía el temor al fracaso y el miedo a morir. Era imperativo, pues, que ellos supieran que allí habría de morir el Señor, y que resucitaría de su muerte: “Iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos; ellos estaban sorprendidos y los que lo seguían tenían miedo. Tomó otra vez a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: «Miren que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles. Y se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, y a los tres días resucitará»” (Mc 10,32-34).

El Señor dijo a sus apóstoles lo que ya sabía con certeza. Él no buscó morir así, pero lo aceptó; quiso que su muerte fuese un canto que él entonó, y así su muerte reveló su vida porque únicamente quien desea todo, da todo.

Consciente de su porvenir, Jesús habló en plural, subimos, implicando con él a sus seguidores, pero con respecto a su pasión, a su muerte y a su resurrección solamente se refirió a él mismo, pues ese objetivo sólo a él le correspondía porque Dios permitiría el arrebato de su vida para responder providencialmente con la derrota de la muerte.

“Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: «Maestro, queremos, nos concedas lo que te pidamos». Él les dijo: «¿Qué quieren que les conceda?». Ellos le respondieron: «Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Jesús les dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?». Ellos le dijeron: «Sí, podemos». Jesús les dijo: «La copa que yo voy a beber, sí la beberán y también serán bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado. Pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado»” Mc 10, 35-40).

Santiago y Juan, que aunque se sabían amados por el Señor, obnubilados por sus propias pretensiones no veían lo que Jesús veía, no prestaron atención al anuncio de su muerte, no lograron concordar sus pensamientos con el suyo, intentaron hacer que él se ajustara a sus propios ideales y le pidieron ocupar los primeros cargos en lo que ellos pensaron que sería su reinado sobre Israel; pero él, conociendo sus equívocas intenciones, les preguntó si estarían dispuestos a cruzar ellos también por su pasión, en la figura de una copa, y atravesar por el martirio, en la figura del bautismo de sangre para dar a entender la gran purificación que había de venir al mundo entero; pero ellos, con tal de alcanzar su intención, respondieron animosamente: sí, podemos. La salvación se alcanza a través de las buenas acciones en favor de los demás. El Señor tiene potestad para concederla, pero es necesario el mérito de los hombres.

“Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan. Jesús, llamándolos, les dice: «Saben que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre ustedes, sino que el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su servidor. Y el que quiera ser el primero entre ustedes, será esclavo de todos. Que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos»” (Mc 10,41-45).

Como las intenciones de Santiago y de Juan eran también las de los otros discípulos, Jesús les indicó que la grandeza la alcanzarían en el servicio a los demás porque la grandeza se obtiene en la generosidad y en la entrega sin esperar recompensa.

Así es el amor de Dios, que nos complace, y su mayor servicio ha sido nuestro rescate del pecado y de la muerte eterna. ¿Y en qué situación nos coloca el Señor, cuando él mismo dio a conocer que no había venido a ser servido, como a muchos les agrada, sino a servir, como a muchos les desagrada? Nos deja sin alternativa, no hay dilema, pues si él ha venido a servir, ¿a qué, entonces, hemos venido nosotros al mundo?

RGH