Viejos

 

En 40 años se invertirá la pirámide demográfica


Asistí a un coloquio extraordinario sobre el envejecimiento de la población en México.

En 40 años se invertirá la pirámide demográfica, y será común, como ahora con los niños, dejar en la guardería a padres o hermanos mayores y recogerlos después del trabajo. Hace rato se debieron tomar medidas gubernamentales para enfrentar este cambio: reorientar la inversión pública, adaptar espacios para los mayores, capacitar médicos y enfermeras geriátricas, y planear las ciudades de ese futuro inmediato, pero no se ha hecho. Para no variar vamos atrás también en eso. Será problema de quienes deban enfrentarlo en su momento.

La palabra viejo agrede indebidamente. Todos le temen, quizá por la incógnita que encierra. Sin embargo, no hay razón. Yo ya estoy en ese tramo. Se agudizan la reflexión y la perspicacia, pero las piernas duelen y el ánimo es voluble. Una clave es no resignarse. Dylan Thomas lo dijo exactamente: “No entres dócilmente en esa buena noche. Enfurécete ante la muerte de la luz”. Para el sublime Borges: “La vejez (tal es el nombre que le dan los otros) puede ser el tiempo de nuestra dicha.

“Llego a mi centro, a mi álgebra, a mi clave. Pronto sabré quién soy”.

Según el Consejo Nacional de Población deben propiciarse a los viejos las siglas SAP (sanos, activos y protegidos), ojalá así fuera, pero no se ve cómo. Quizá con gobiernos más eficaces y honestos. No perdamos la esperanza. Mientras tanto, todo es una expectativa, aunque bastante retrasada en su concreción.

No me preocupo, ya no lo veré, aunque Benedetti tiene razón: “La edad viene a la cama y nos desvela.

Besamos con los labios que tuvimos”. Se entiende cuando ya se está ahí, nunca antes. Es un tema que evadimos. Termino con Serrat, mi taumaturgo: “…o simplemente si todos, entendiésemos que todos, llevamos un viejo adentro.”

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