¿Cómo no estar lejos del Reino de Dios?

¿Cómo no estar lejos del Reino de Dios?
¿Cómo no estar lejos del Reino de Dios? 

Es de notar que el escriba preguntó cuál era el primero de todos los mandamientos y que el Señor le respondió cuáles eran los dos mandamientos principales y le confirmó que no existe otro mandamiento mayor que éstos.


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Por Roberto O’Farrill Corona

“¿Cómo no estar lejos del Reino de Dios?”

A veces, entre los insensatos, hay algunos que dejan de serlo porque comienzan a desarrollar un criterio propio. Tal fue el caso de un escriba que no tenía interés en poner a prueba a Jesús ni era su antagonista. En verdad quiso aprender del Señor, y tras haber escuchado que les respondió con sabiduría a los saduceos, le podría iluminar con respecto a una duda que no había podido resolver desde hacía tiempo: “Se acercó uno de los escribas que les había oído y, viendo que les había respondido muy bien, le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús le contestó: «El primero es: escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos»” (Mc 12,28-31).

El escriba quiso saber, para no pasar por alto lo esencial en el culto debido a Dios, cuál sería el principal mandamiento de todos, el más importante, el más agradable a Dios. En tiempos de Jesús, los rabinos enseñaban 613 mandamientos, divididos en «pesados» y «ligeros», de los que muchos exigían el cumplimiento absoluto de todos y de cada uno de ellos, por lo que algunos rabinos se resistían a pronunciarse acerca de un mandamiento supremo, pues temían que se viese reducida la observancia de los demás.

Jesús le respondió con la antigua enseñanza de la Escritura: “Escucha, Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé. Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy” (Dt 6,4-6). Y añadió: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18). Así le hizo saber que es inevitable amar al prójimo, tanto al israelita como también al pagano, a todos, pero que sin amar a Dios no es posible amar porque Dios es el amor. Para amar al prójimo es esencial amar a Dios porque amar a Dios hace posible amar a los demás.

Es de notar que el escriba preguntó cuál era el primero de todos los mandamientos y que el Señor le respondió cuáles eran los dos mandamientos principales y le confirmó que no existe otro mandamiento mayor que éstos

De los diez mandamientos entregados a Moisés, los tres primeros se refieren a la relación con Dios, y los otros siete a la relación con el prójimo. No obstante, el primero es, tal vez, el más olvidado, pues ya les había indicado a los fariseos y herodianos que es preciso devolver a Dios lo que es de Dios. 

“Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas” (Mc 12,32-34). El escriba, quien como tal debía conocer los preceptos pesados y los ligeros, asintió a lo que Jesús le respondió, y añadió que el amor a Dios y al prójimo tienen un valor superior a los holocaustos y sacrificios; una afirmación que constituye una crítica directa al templo, y que alcanzó una fuerza especial al haber sido pronunciada, sin discutir, por un escriba, un «maestro de la Ley». Jesús reconoció la sensatez de la respuesta del escriba cuando afirmó que éste no se encontraba lejos del Reino de Dios, y con esas palabras se presentó como el verdadero Maestro revestido de toda su autoridad.

No estar lejos del reino de Dios es lo que anhelamos quienes en Cristo creemos y confiamos, pues denota que vamos alcanzando victorias en la batalla diaria contra el mal, contra las tentaciones que el demonio va sembrando en el camino por el que avanzamos, unas veces con paso firme y otras vacilantes. No estás lejos del reino de Dios; luego de tal aclamación ya nadie supo qué más preguntarle porque en el fondo de sus esperanzas todos querían, algún día, llegar a escuchar algo así.

Aquel escriba quedó como suspendido en el tiempo, como si su propia sombra lo mirara a él, con su mente y alma indagando, avizorando ya su destino eterno colmado de toda esperanza.

RGH