Espías sin inteligencia

 

Con tal sistema de espionaje, sólo sabremos quién extorsiona a cuál


El sistema bajo el que trabajan los espías se conoce con el nombre general de “inteligencia”, expresión que no significa lo que registran los lexicones.

En mi vida de periodista he chocado abiertamente, por lo menos en dos ocasiones, con las organizaciones dedicadas en México a vigilar y reportar actividades de informadores. En los dos casos mi decepción ha sido mayúscula.

Cuando el presidente Gustavo Díaz Ordaz estaba en su etapa más alta de esquizofrenia, y en respuesta a la expulsión de Cuba de un diplomático menor mexicano, decidió dar una respuesta ejemplar: el encarcelamiento del jefe de la corresponsalía de la agencia Prensa Latina, o sea yo.

La firmeza del embajador Joaquín Sánchez de Armas y su advertencia de que haría lo necesario para evitarlo, a lo que GDO respondía que yo era mexicano y, por tanto, él podía hacer lo que quisiera.

Se evitó, sin embargo, decidieron en Gobernación secuestrar a mi segundo de a bordo, el chileno Víctor Vaccaro a quien pasearon todo un día antes de meterlo en un avión y regresarlo a su país. Ninguna acusación, pero cuando los directivos de la Asociación de Corresponsales Extranjeros en México acudieron a la dependencia a pedir una explicación, la ocurrencia fue genial:

No habiendo motivos reales, el que creo era subsecretario encargado del despacho, Hernández Ochoa, convocó a sus perros de guerra que tontamente adujeron que el señor Ferreyra lo había solicitado.

Los quejosos, representantes de los más importantes medios de Estados Unidos y Europa, expresaron preocupación de que sus patrones usando ese método evadiesen en complicidad con el Gobierno mexicano obligaciones contractuales.

Cuando se le preguntó al funcionario como recibió la petición, respondió que en persona había solicitado entrevista con él. Mostraba un  expediente con fotos que cerró de un manotazo y nos echó de su oficina.

Uno de los dirigentes de la ACEM, el boliviano José Quiroga, de O Estado de São Paulo, le inquirió si conocía al señor Ferreyra. Respondió que acababa de explicar que personalmente había acudido con él.

No dejó de ser graciosa la cara del sujeto cuando ceremoniosamente dijeron: señor ministro, permítanos presentarle al señor Ferreyra.

La otra experiencia fue igualmente ridícula. Sirva la narrada para tranquilizar a quienes están al borde de pedir tumba en la Rotonda de las Personas Ilustres. Con tal sistema de espionaje, y lo podemos constatar a diario, sólo sabremos quién extorsiona a cuál, y cuál se acuesta con quién. Para eso sirven…

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