REVOLUCIÓN POÉTICA DEL SIGLO XIX: CHARLES BAUDELAIRE

 

El siglo XIX fue de cambios en todo el mundo y particularmente en Francia, donde recién había sucedido la Revolución Francesa (1789-1799), producto de la Ilustración, y al despuntar el nuevo siglo XIX había una ebullición de ideas que invitaban al cambio, a rebelarse a las ideas anteriores, como el clasicismo o el positivismo. En […]


El siglo XIX fue de cambios en todo el mundo y particularmente en Francia, donde recién había sucedido la Revolución Francesa (1789-1799), producto de la Ilustración, y al despuntar el nuevo siglo XIX había una ebullición de ideas que invitaban al cambio, a rebelarse a las ideas anteriores, como el clasicismo o el positivismo. En ese caldo de cultivo nace el movimiento simbolista, que reúne a autores de la talla de Arthur Rimbaud, Paul Verlaine, Stéphane Mallarmé y Charles Baudelaire. Algunos críticos incluyen a Víctor Hugo en esta lista, al menos como precursor.

El simbolismo se revelaba contra los cánones heredados e invitaba a levantarse contra la enseñanza, la declamación, la falsa sensibilidad y de la descripción objetiva, como pregona el Manifiesto Simbolista, publicado el 18 de septiembre de 1886 por el poeta Jean Moreas. El documento aparecido en el diario Le Figaro, señala que la propuesta central es “vestir la Idea de una forma sensible”, sin llegar “hasta la concepción de la Idea en sí”.

Para sus seguidores, continúa, “en este arte, los cuadros de la naturaleza, las acciones de los hombres, todos los fenómenos concretos no sabrían manifestarse ellos mismos: son simples apariencias sensibles destinadas a representar sus afinidades esotéricas con Ideas primordiales”. El manifiesto retoma una primicia de Baudelaire, que se puede encontrar por primera vez en su poema Correspondencias.

Siguiendo al bardo autor de Las flores del mal, se debe entender la expresión “vestir la Idea de una forma sensible” a una poesía más allá de lo táctil, lleno de imágenes y sonidos, alejándose de cualquier expresión retórica, porque de esa forma se podrá revelar el símbolo que oculta y que, finalmente, sugiere el objeto del poeta.

Baudelaire tiene cercanía con las artes desde muy pequeño. Su padre, un funcionario de gobierno quien antes había intentado ser sacerdote, pero que había abandonado la vocación, era un poeta y pintor aficionado que se encarga de enseñarle los principios del arte, despertando en él desde esa época lo que alguna vez declaró como su “culto de las imágenes”. En su etapa de bachillerato escribe sus primeros poemas, que ya contenían su sello, por lo que fue expulsado de un colegio por depravación y expresiones impropias para su edad.

Después de estudiar Derecho, decide seguir su verdadera vocación, se independiza y vuelca a la vida bohemia, hecho que posteriormente le llevaría a contraer enfermedades venéreas que le dejaron huella el resto de su vida. Para apartarlo de la vida licenciosa, su padrastro, un militar de alto rango, lo envía de viaje a la India, donde más bien el poeta completa su formación visual y exótica.

La medida no funciona, pues, al regresar a París el bardo vuelve a la vida bohemia, que no solo significó que agotara la herencia financiera que había recibido, sino que además contrajera deudas de las que nunca pudo salir. Incluso mantuvieron una tendencia creciente que menguaron su estado de ánimo y su salud, haciéndole recaer incluso en la depresión de la que en años juveniles había dado muestras.

Entonces sucede lo que no quería: la dependencia económica de su madre, a la que adoraba, y de su padrastro, al que ya odiaba. Su familia le limita el acceso a la fortuna familiar, por lo que ve acotada su vida de artista como se entendía entonces y se ve necesitado de medios para fondear su trabajo poético. Sin dejar de escribir poesía, publica cosas que le dejaron fondos, como las crónicas de los salones de arte de 1845 y 1846, en los que ensalza el arte moderno que se producía.

El reconocimiento le esperaba y le llegaría, pero no precisamente por la vía que deseaba. Al año siguiente, es decir en 1848, conoce la obra del escritor y poeta estadunidense Edgar Allan Poe, y se vuelca a traducirla al francés. Este trabajo empezó a aparecer en los siguientes años y hasta 1865, ganando el reconocimiento público. Sin embargo, lo más importante para él es que profundiza y confirma su trabajo creativo.

Aprovechando esta ola, Baudelaire logra que en 1857 se publicara por primera vez su libro Las flores del mal, trabajo que siempre visualizó en un solo volumen y no en publicaciones dispersas. Sin embargo, la edición fue embargada declarando a 13 de sus cien poemas como inmorales. El fracaso de su libro, sin embargo, le trajo la gloria: su nombre se convirtió en leyenda.

En esos años, mientras vivía con su madre, ahora viuda, no para de escribir y entonces aparecen poemas suyos como El viaje y El cisne, así como algunos ensayos, entre ellos sobre el Salón de 1859 o el titulado El pintor de la vida moderna, en el que expertos encuentran un adelanto de los principios del movimiento impresionista. Sobre todo, escribe Los paraísos artificiales, en el que narra los efectos del hachís y el opio, que bien conocía.

Sus últimos años los dedica a los versos en prosa, ensayos críticos sobre diversos autores y a buscar la publicación de sus libros, en particular una nueva y completa edición de Las flores del mal, lo que le lleva a Bélgica, donde sufre una fuerte recaída en su salud, que finalmente habría de cortar su vida. Charles Baudelaire murió el 31 de agosto de 1867, en París, cuando tenía 46 años.

NTX/RML/LIT19